El retroceso que sufrieron los tres principales partidos de México, incluyendo el oficialista PRI, en las elecciones intermedias del pasado domingo, dando un histórico triunfo a candidatos independientes, al igual que la fuerte presión popular contra el gobierno del general Otto Pérez en Guatemala, son solo otras dos muestras de indignación de los pueblos con su clase política.
Lo mismo había ocurrido antes con la “primavera árabe” que puso en jaque a muchas satrapías de Oriente Medio y del norte de África y se repitió también el mismo pasado domingo en Turquía, donde un electorado descontento le quitó la mayoría absoluta que durante 13 años le concedió al partido islamista del presidente Recep Tayyip Erdogan y anteriormente en España, donde los tradicionales Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, vieron horrorizados el gran apoyo electoral que tienen el izquierdista Podemos y el neoderechista Ciudadanos, que surgieron al calor de las protestas de los indignados.
En México, el más elocuente signo de indignación popular mostrado en las urnas el domingo es que Nuevo León, el Estado más rico de la federación, tendrá un gobernador que no fue propuesto por el PRI ni por el PAN ni por el PRD, sino que de forma independiente derrotó a los candidatos de esos partidos de forma abrumadora. Nunca antes había ocurrido eso en la historia de ese país.
De hecho, el influyente diario británico Financial Times, que como todos los medios afines al gran capital, aplaudieron las reformas neoliberales lanzadas al inicio de su mandato por el presidente Enrique Peña Nieto, en su análisis de los comicios mexicanos cree que “Esto podría ser un presagio de un ‘candidato ciudadano’ en 2018…”
Por su parte, los guatemaltecos han tenido tanto éxito en su cruzada popular contra la corrupción que a la renuncia de la vicepresidenta y de altos funcionarios más, y al encarcelamiento de otros, ahora están a la espera de la decisión del Congreso que después de que la Corte Suprema de Justicia dio luz verde para que se investigue presidente Otto Pérez Molina, tendrá que decidir si le quita o no la inmunidad.
Los pueblos ya están hartos y, donde todavía esa ira popular no ha llegado con tanta intensidad, los políticos aún están a tiempo de cambiar de rumbo.