Desde el gobierno reformista de Marco Aurelio Soto a la fecha, la historia de Honduras está llena de promesas por parte de sus gobernantes, todos en su estrategia de desarrollo han enarbolado más de alguna consigna, aquel gobierno, el de Soto, estableció la idea de “orden y progreso” como principio orientador; al finalizar su mandato el resultado fue la creación de una serie de leyes, un impulso a la educación y la construcción de varias obras de infraestructura, especialmente en las comunicaciones, todo esto le abrió espacio a un débil capitalismo dependiente en el país, con la llegada de las compañías mineras primero y luego las compañías bananeras.
Más recientemente, los gobiernos de la llamada transición democrática también enarbolaron ideas básicas sobre sus pretensiones. El presidente Suazo Córdova habló que su gobierno sería un gobierno del “trabajo y la honestidad”; para el ing. Roberto Flores Facussé, la carta de presentación fue “la nueva agenda”, como para indicar una nueva forma de gobernar; para el abogado Carlos Roberto Reina, su principal mensaje se encerraba en la “revolución moral”; el gobernante Ricardo Maduro hizo de la lucha contra la delincuencia su principal tarea, se le podía ver acompañado de los policías en los
barrios y colonias, con mayor incidencia delincuencial.
Antes, en los gobiernos militares, en la jefatura de Estado del general Oswaldo López Arellano, después del golpe de Estado el 4 de diciembre de 1972, se estableció la reforma agraria como “el quehacer fundamental”; en este gobierno hubo un desarrollo institucional orientado a la modernización del Estado, sobre todo, en los primeros 3 años, después de los intentos modernizadores vino la reacción conservadora que dio al traste con aquellas tibias reformas.
El presidente saliente, Porfirio Lobo Sosa, llegó al poder en medio de una nutrida agenda de promesas, mismas que van desde la mejora en el sistema de salud, seguridad, generación de empleo, ayuda a los agricultores para aumentar la producción y otras que tienen que ver con la mejora en las condiciones de vida de los hondureños; al finalizar su gobierno lo único visible son los cambios en la gobernabilidad del sistema educativo nacional.
Después de décadas, Honduras sigue exhibiendo, ante propios y extraños, esos sobresalientes lugares que son una afrenta a la sociedad del siglo XXI.
Estamos en los primeros lugares por el índice de violencia en el mundo, por la percepción de corrupción, carencia de servicios básicos como salud, educación y vivienda. Decir Honduras, es hacer referencia a la condición de pobreza y carencia material y cultural en todos los sentidos, a pesar de contar con enormes recursos y una posición privilegiada en el mapa.
El gobierno de Juan Orlando Hernández, que recién tomó posesión de su cargo como Presidente de la nación, en su discurso inaugural fue abundante en sus promesas para revertir ese orden de miseria y atraso, pero de nuevo, ojalá no fuese así, al final de su período vendrán las excusas por la falta de cumplimiento de las mismas.
Es difícil creer que quien llega al poder de la nación lo hace pensando en los peores resultados, todos, a nuestro juicio, llegan con la voluntad de hacer algo positivo por el país, pero cuando ya están en el poder como que fuerzas huracanadas se opusieran a la búsqueda del bien común y los gobiernos se convierten en simples administradores de la crisis y en gobiernos de unos pocos, en desmedro del interés de toda una nación.