Opinión

Poder de imaginación

Siempre soñé escribir un cuento en esta columna de opinión.

Sucedió que en 2019, siete años tras establecerse la inicial Ciudad Modelo -a pesar de la huelga general que convocó la población patriótica y que reprimiera sangrientamente el régimen- un nuevo presidente tomó posesión después del juicioso gobierno de Libre, y lo primero que hizo fue visitar Sula Charter City para empezar negociaciones que anularan el enclave. El gobernador, que apenas pintaba canas, que fuera el promotor del proyecto y que olvidaba el idioma español, lo recibió con honores de dignatario visitante en su sala blindada a orillas del aeropuerto internacional. Blindada porque aquellos a quienes había expropiado terrenos -poder que otorgaba el decreto creador de su “urbe”- le hacían tiros esporádicos desde la vecindad.

El gobernante fue al grano: quería que por referendo los habitantes de la “charter” opinaran si proseguía o no esta concesión. “Imposible”, interrumpió el CEO. “Nuestra legislatura no lo contempla y como empresa privada nadie puede obligar que la junta directiva adopte ese precepto…”. El presidente disimuló. “¿Qué hay de los nuevos vestigios arqueológicos hallados en Corrusté?”. “Vendimos parte a Disney y donamos otra a museos de Miami”, respondió, “con el usufructo becaremos alumnos de jardinería y diseño de interiores, que en eso andamos mal”... Afuera circulaban anchos furgones trasladando cisternas con agua del Chamelecón exportada a Qatar, tierra negra de abono para Irak y millares de jaulas con fauna exótica destinada a zoológicos de Berlín y París.

“Hay rumores de que encontraron petróleo”, insistió el primer ciudadano del país. “¡Yea!”, se alisaron las arrugas del gobernador “isn’t fabulous?”… “And best yet… allí disculpe, es el hábito”, se disculpó, “poco azufrado, de la mejor calidad, lo estamos extrayendo ya, cuando quiera vamos a ver”. Desde luego que al presidente lo que menos interesaba era mirar. “¿Cuánto?”, fríamente preguntó. “Oh, a lo largo de seiscientos kilómetros, estamos programando solicitar al Congreso que nos apruebe la segunda RED”... “¿Pero qué implica exactamente en volumen?”, insistió el mandatario. El otro titubeó, a silbidos activó su laptop absolutamente digital, sexta generación de Apple.

“…Como el depósito se une a las fosas del Atlántico -promedió- digamos que son ocho mil barriles diarios, not too much…”. El mandatario calculó: “8,000 barriles al día rentan cada 24 horas un millón de dólares”, casi silbó. Con esa suma remendaría escuelas, alzaría hospitales, degollaría la pobreza.

“Lucran bien sus accionistas”, alegó, “¿qué tal si nos contribuyen alguna parte, con un impuesto?”…

El gobernador se sorprendió, realmente se asustó.

“¡Cómo!, eso sería violatorio del estatuto de la RED…”, dijo “ya es suficiente con los diez mil empleos que generamos…”. Mentía: eran dos mil pues todo lo habían robotizado. “Mejor concluimos esta plática”, se alarmó. “No estoy autorizado para alterar nuestra democracia, si lo hago me inculpan de traidor”.

Seis horas más tarde el vicepresidente indagó por teléfono. “¿Qué pasa?”, dijo. “Llamo insistente al Presidente y no contesta”. “Oh, sir…” compuso su mejor voz histriónica el gobernador zoneíta, gustaba nombrarse así, “algo terrible sucedió, el primer ciudadano sufrió un traspiés…”.

“¡Cómo, qué!”. “Resbaló por la escalera”... “¡Carajo, vamos para allá!”. “Lo siento, no pueden entrar, son horas de restricción de ingreso para hondureños…”. “Pero debemos investigar”. “Ya nuestra policía concluyó la indagación y fue un lamentable accidente”… “Mirá, lacayo,” se enfureció el vicepresidente, “esto es asunto de nuestros fiscales y de nuestra Corte y nuestro juez”, prorrumpió. Desde el extremo del parlante manó silencio. Luego intervino de nuevo el gobernador aunque ahora con suficiencia metálica.

“Su amenaza incumple acuerdos legales”, explicó la voz femenil, “tenemos protocolos de respuesta con el Defense Department si nos agreden y nuestra policía y ejército son técnicamente superiores a los suyos”. Hubo mutis al otro lado. “Les entregaremos el cadáver en la frontera…”, prometió.

“Jódanse”, secretamente reflexionó el gobernador. “Independence must be earned”, musitó.