Opinión

LOS PATRIOTAS OLVIDADOS

La memoria histórica de Honduras –que no la historia-, es realmente pobre, y no porque no existan hechos relevantes que lleguen a formar parte de nuestra historia como nación, sino porque solemos recordar muy pocos eventos de nuestro discurrir, cediendo a una especie de amnesia colectiva que evita el aprender de las experiencias vividas.

Hoy día nuestra población, la mayor parte de ella jóvenes menores de 30 años, desconoce eventos trascendentales acontecidos en el país, incluso los más recientes. Por ello, y contrariando esa práctica, hoy quiero honrar a los cientos de patriotas –muchos de ellos liberales-, cobardemente asesinados el 6 de julio de 1944 en San Pedro Sula a manos de los esbirros del sátrapa, del tirano Tiburcio Carías Andino. Aquella tarde, San Pedro Sula fue testigo de una de las más viles y cobardes acciones de la dictadura atroz y salvaje que gobernó Honduras durante 16 años.

Los vientos democráticos de cambio que acontecían en otros países centroamericanos, particularmente contra las dictaduras de Ubico en Guatemala y Maximiliano Hernández en El Salvador, alcanzaron al pueblo hondureño, deseoso de un cambio sustancial en el sistema de dominación y explotación imperante. Ello propició que en San Pedro Sula –entre otras ciudades del país-, surgiera el espontáneo y genuino deseo de manifestarse contra la opresión que se vivía. Y lo hicieron de una manera totalmente pacífica. Ese día, por la tarde, miles de mujeres, niños, trabajadores, estudiantes, simples ciudadanos de a pie, caminaron por las céntricas calles sampedranas, la avenida Lempira, la calle del Comercio, hasta llegar a la tienda de Jesús Sahury, donde se dio por concluida la manifestación. Juan Manuel Gálvez, a la sazón Ministro de Guerra -de quien siempre se ha hablado mucho y bien-, fue parte de la cobarde traición. Él mismo, enviado especial por el dictador, había autorizado la marcha y dado las garantías de seguridad a un grupo de dirigentes que se habían reunido con él, entre los que destacaban Carlos Perdomo, Francisco Milla Bermúdez, José Batres Rodezno, Graciela Beltrán, Francisco Zúñiga, Presentación Centeno y Amílcar Gómez. Finalizada la marcha, en la calle donde habían sido estratégicamente dirigidos por los escoltas del Mayor de Plaza, y tras unas palabras de agradecimiento brindadas por el doctor Antonio Peraza, los esbirros empezaron a disparar indiscriminadamente contra los pacíficos manifestantes: niños, mujeres y hombres fueron masacrados fríamente por la policía y los soldados, dirigidos por Juan Ángel Funes, Mayor de Plaza. Los testimonios de algunos sobrevivientes son verdaderamente dramáticos, y narran la dantesca escena que enlutaría para siempre a la familia sampedrana.

Hoy día, en momentos en que el país ha perdido su rumbo, que la institucionalidad es una ficción, que el irrespeto a las leyes nos avienta sobre un manto peligroso de anarquía, algunos relevantes miembros del Partido Nacional, sin el más mínimo sentimiento de respeto y dolor para con los miles de hondureños que murieron a manos del régimen, reviven con denodado entusiasmo el proceder del dictador y evocan las “hazañas” de su “amado” general. Apelan al retorno de sus prácticas para devolver la tranquilidad a la ciudadanía, y siguen su dictado con el firme propósito de permanecer “50 años en el poder”. Irremediablemente, y de manera constante, me pregunto qué necesita o qué espera Honduras para reaccionar al atropello cada vez más burdo, evidente y cínico de sus autoridades públicas, y aunque el análisis no depara escenarios demasiado halagadores, no dudo que puedan surgir, silenciosamente, héroes patriotas como Choncita Castillo, Toña Collier, la madre de nuestro recordado amigo Marco Antonio Hepburn; Irene Santamaría, Alejandro Irías, Taurino Bustamante, Enrique Suncery, Nelita de Aguilar, Héctor Paredes, Graciela Bográn, Leopoldo Aguilar o el doctor Peraza, para citar solo algunos. Decenas, cientos de valientes mujeres y hombres, comprometidos con su comunidad, con su patria, deseosos simplemente de un mejor mañana para ellos y sus familias, lucharon en condiciones mucho más difíciles que las actuales, contra un régimen opresor y tirano, y muchos dejaron en ello su vida, convirtiéndose en los auténticos y verdaderos paladines de la libertad y democracia de la nación. Es imperdonable que ante la descomposición actual, que ante la putrefacción que emana de un gobierno autodeslegitimado, no seamos capaces de alzar la voz y pronunciarnos. El oportunismo que ha imperado en los últimos años en Honduras es ciertamente vomitivo.

A los héroes de 1944 les rindo el honor que se merecen, y les garantizo que no permitiremos que su ejemplar proceder sucumba al más severo de los destinos: el olvido. Es preciso desempolvar las líneas más sagradas y heroicas de nuestra historia, generar una rica y florida memoria histórica, no solo para que ocupen los sitiales que les corresponden en el altar de la patria, si no para que sean “ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”, como nos los hacía ver el sabio maestro, don Miguel de Cervantes Saavedra, particularmente en momentos en que los cantos de sirena fluyen por doquier como opciones electorales, escondiendo, no obstante, oscuros propósitos tras de sí.

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