Opinión

Los embaucadores

Siempre han abundado en todos los tiempos, en todas las culturas, en todos los grupos sociales. Pero en estos momentos de profunda crisis; de propaganda masiva y consumismo extremo; de hipocresía y relativismo ético, que ha sacrificado hasta los principios morales básicos ante el altar del poder económico, político y militar; más en un país, como Honduras, donde masivamente se han elevado hasta las cúpulas políticas, gremiales, religiosas, deportivas y de todo tipo, los embaucadores, se han convertido en una verdadera plaga.

Quizás sea por la agilidad de los nuevos medios de comunicación, pero pareciera que en los tiempos actuales son mucho más descarados que antaño, ya que cuando sus ambiciones personales están de por medio, con la más pasmosa naturalidad mienten, tergiversan, niegan, se contradicen, hacen sus teatros, y hasta exigen credibilidad, incluso ante las mismas audiencias que pocos antes fueron víctimas de sus engaños, de sus triquiñuelas, de sus farsas.

Así los vemos en los púlpitos, con sus voces bien entrenadas: suaves, angelicales, dulces, paternales, cuando aconsejan, cuando hablan de Dios, de lo espiritual, del desprendimiento de las cosas materiales, del amor al prójimo, de lo bueno; o que truenan con virulencia cuando pontifican, cuando hablan del Diablo, de lo mundano, de la avaricia, del egoísmo, del mal.

Pero ya en la práctica de la vida terrenal diaria, esos embaucadores, que han hecho de un libro sagrado un modus vivendi, son capaces de desdoblar ágilmente su personalidad y sin ambages no ocultan que su real interés son los diezmos y los demás frutos terrenales que solo pueden cosecharse en los terrenos aledaños al poder político, económico y militar. La pedofilia, la corrupción y hasta el tráfico de influencias son constantes en sus círculos.

Pero obviamente, los más abundantes y los más perniciosos son los embaucadores, cuya farsa está montada sobre las necesidades y carencias de las grandes mayorías, como muchos de esos políticos que hoy buscan una candidatura de su partido político para convertirse en próximo Presidente de la República, diputado o alcalde.

Algunos de ellos son tan obvios en su carácter de embaucadores que hoy están, o estuvieron antes, en inferiores, iguales o más altos puestos a los que aspiran en la próxima contienda, y en ellos demostraron ya su más absoluta falta de idoneidad.

La gran crisis que sufrimos no debiera ser excusa para caer fácilmente en las trampas de los embaucadores porque eso significaría contribuir a empeorar la situación.

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