Opinión

Hace unos días leía unas declaraciones brindadas por Omar Shabban, analista político y economista del centro de investigaciones Palthink, con sede en Gaza, en relación con el desvanecimiento de la aspiración palestina de ingreso como miembro pleno a la ONU.

Establecía Shabban que, si bien hace un año la comparecencia ante las Naciones Unidas del presidente palestino Mahmoud Abbas despertaba algarabía y entusiasmo en sus connacionales, al día de hoy se ha tornado en desesperanza y frustración… una vez más. De manera contundente, Shabban concluye que Abbas “se debería ir hoy.

De hecho, se ha debido ir ayer”, debido a que “hay un gran agujero. El vacío entre el liderazgo y la gente se está haciendo cada vez más grande. El liderazgo ya no es más la conciencia de la gente”.

Esta última frase me impactó notablemente y me hizo reflexionar profundamente en torno a la realidad nuestra, y llegué a la conclusión que en Honduras estamos pasando, aunque con orígenes disimiles, por la misma situación de liderazgo fallido. Se ha estilado decir en los últimos tiempos que Honduras es un Estado fallido.

Estoy en total desacuerdo con tal aseveración. Esa sentencia no es más que el camino fácil para justificar la incapacidad, ineficiencia, cinismo e inmoralidad de los que han administrado los bienes públicos, es decir, de los liderazgos fallidos a que hago mención. Podríamos extendernos en un análisis teórico-conceptual, pero no es mi intención encasillar este artículo en la teoría sino extrapolar estos criterios a la praxis.

Porfirio Lobo ganó las elecciones generales de manera accidental, estrictamente circunstancial. Había sido rechazado en el 2005 y estaba claro que en el 2009 se repetiría la historia, al menos, antes del 28 de junio.

Es en esa fecha cuando, dentro de los acuerdos, se pacta la victoria de Lobo y la derrota de Elvin Santos, sin importar las preferencias del electorado. Ahora bien, quiero aclarar que no estoy dando a entender que se fraguó un fraude en noviembre de 2009, pero que claramente el ganador de las elecciones presidenciales “debía” ser uno en particular por las conveniencias y circunstancias del momento.


En resumen, Lobo no era un líder propiamente dicho: no contaba con apoyo popular, no tenía el más mínimo carisma, carecía de posturas claras y ni en su partido era respaldado, pero tuvo la suerte de estar en un momento preciso condicionado por las coyunturas.

El paso de los años ha confirmado esta tesis. Su manifiesta incapacidad para liderar políticamente el país, permitiendo un fraccionamiento desde el primer momento de su mandato, abrió el camino a un archipiélago de poder cuyos islotes han empujado en direcciones opuestas, guiados únicamente por el inescrupuloso deseo de aglutinar mayor poder y control político en el país.

Económicamente ha sido un desastre. Si ya en campaña Elvin Santos mencionaba, entre otros aspectos, el peligro inminente de la deuda interna, llamado que cayó en saco roto ante el discurso político imperante en el momento por otras fuerzas políticas, Lobo debía estar preparado para gobernar el país en esas condiciones. Su excusa, y la de su ineficiente gabinete, así como la del resto de precandidatos de su partido, es la empleada por aquellos que son regidos por la mediocridad y el descaro: “nos dejaron un país quebrado”.

A propósito de esta burda postura, el sábado 15 de septiembre se desarrolló en la plaza Colón de Madrid una multitudinaria marcha (más de 60 mil personas) en contra de las medidas y políticas de ajuste fiscal y de recortes aplicadas por el gobierno de Mariano Rajoy, exigiendo que tales reformas, por su magnitud e incidencia, deberían ser sometidas a referéndum.

Mariano Rajoy y su círculo político de confianza, al igual que Lobo Sosa, han culpado a su antecesor de lo desacertado e incompetente de su gestión. A este respecto, el histórico líder sindical de UGT, Cándido Méndez, manifestó con sorna: “No sé qué es peor, que mientan o que no supieran la realidad del país”.

Sin entrar en defensas a ultranza de gobiernos pretéritos, lo que no podemos permitir los ciudadanos es que un gobierno en funciones demuestre su incapacidad para resolver los problemas más agudos del país so pretexto del “desastre” del anterior mandatario. Todo el que aspira a regir los destinos del país debe y tiene que saber las condiciones que imperan. Hace apenas unos días, el precandidato presidencial liberal que casi con toda seguridad se convertirá en el candidato del liberalismo, Yani Rosenthal, describía en una comparecencia televisiva la caótica situación del país.

Un país cuya deuda interna alcanzará muy probablemente en 2014 los 70 mil millones de lempiras, con una deuda externa creciente, con una exigencia internacional de devaluación de la moneda, con una bajísima productividad y niveles de exportación. Y lo hacía a sabiendas que es esa Honduras la que le tocará gobernar si es electo presidente en 2013. No hay nada obscuro ni oculto en nuestra realidad.

La administración Lobo sabe que está en una encrucijada y que las alternativas, dada la falta de decisiones durante los primeros años de gestión, son mínimas. Sin embargo, el oscurantismo de su proceder lo empuja nuevamente a una estrategia que desde ya califico como errada.

Se han empecinado en lanzar nutridas cortinas de humo a la ciudadanía, con el objeto de alejar de la discusión los asuntos críticos de la nación: desempleo, inseguridad, salud, educación.

Estas cortinas de humo no son más que los megaproyectos, que solo caben en la imaginación de Lobo y sus “colaboradores” ministros. Cito algunos ejemplos: “ciudades modelos”, aeropuerto en Palmerola, ferrocarril interoceánico. No nos oponemos a ninguno de éstos, salvo a las “ciudades modelo” (el propio Paul Romer, padre de la idea, se ha desmarcado del proyecto en Honduras), postura que explicaré en mi próximo artículo, pero sería infantil confiar en la palabra de Porfirio Lobo, visto los antecedentes de su administración. Detrás de estas propuestas se ciernen sombríos objetivos.

El liderazgo que gobierna Honduras “ya no es más la conciencia de la gente”. No es guiado por los intereses de las mayorías ni responde a las exigencias de los ciudadanos que lo votaron. Lo fue por un período de tiempo muy breve y forzado por las circunstancias imperantes.

Desaparecidas éstas, el encanto terminó. La ciudadanía, como siempre he insistido, no puede dejarse llevar por las emociones del momento para elegir sus autoridades. El voto racional debe prevalecer sobre el voto emotivo. No es fácil (de hecho creo que es muy difícil), pero debemos esforzarnos en hacerlo pues el tiempo de Honduras, nuestro tiempo, se nos termina y no estamos para experimentos extraños.

Atentos debemos estar de ahora en adelante, pues los indicios de un desfalco continuado y a gran escala se ciernen sobre la nación, a través de los desproporcionados cobros de peaje que fría y descaradamente desean implantar en el ya construido canal seco; de la negociación del contrato de la terminal del aeropuerto en Palmerola; del contrato con una desconocida empresa (cuyo nombre es incierto) en la construcción de una supuesta “infraestructura básica” en el área que acogería una “ciudad modelo”, entre otros. Solo nuestra vigilante y crítica postura podrá impedir estos excesos. El tiempo de despertar ha llegado.

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