Opinión

La revitalización del arte

Las crisis del arte ante el agotamiento de los sistemas de representación planteó una diversidad de problemas en el ámbito de la teoría y de la producción artística. La necesidad de liberar la conciencia humana ante las aldabas ideológicas, morales, políticas, pero también la voluntad de edificar visiones que no atendieran criterios referenciales -sino aquellos que son propios de la subjetividad-, fueron los elementos que impulsaron a un grupo de creadores a fundamentar la estética surrealista.

El arte surrealista modificó la mirada de ver el mundo, ya no se trataba de edificar un lenguaje cuyos referentes fueran la realidad concreta y la percepción sensorial, sino más bien explorar el subconsciente y traducirlo en imágenes. La clave del surrealismo, dirá André Breton (1896-1966), es la reconciliación del sueño y la realidad en un tipo de realidad absoluta, una surrealidad. El surrealismo no solo fue un gesto crítico ante las formas tradicionales de representar la realidad por medio de imágenes, sino una nueva estrategia creativa cuyo basamento se encontraba en el subconsciente. Por otro lado, algunas tácticas de creación introducidas por los surrealistas como el azar objetivo o el automatismo psíquico permitieron cuestionar las técnicas y procedimientos en la realización y producción mecánica de la obra de arte.

El surrealismo sin duda estableció una relación no solo con la realidad, sino con la vida misma, he allí su verdadero aporte. Además de ser un movimiento artístico que bifurcó sus postulados en el cine, literatura, poesía, pintura y escultura, fue antisistémico, revolucionario y provocador. Las tácticas de choque de los surrealistas son destacadas con gestos de aprobación y admiración. Refiriéndose a las técnicas usadas en la época, y en alusión a las tácticas que atraían a Walter Benjamin (1892-1940), Breton insiste que en el surrealismo no se trata de montaje sino de frotage, de intensificar la irritabilidad de las facultades mentales (Patke, 1998).

Los surrealistas se propusieron modificar el ethos del hombre y la dinámica social por medio de la revolución socialista, y desde luego, liberar la imaginación y la creatividad sepultada por las relaciones enajenantes y de consumo de la sociedad capitalista. No fue casual la vinculación de André Breton al trotskismo, principal movimiento político de izquierda ante el aplastamiento de la internacional comunista.

Los surrealistas consideraban que la suprema tarea del arte en nuestra época es participar consciente y activamente en la preparación de la revolución. Sin embargo, el artista solo puede servir a la lucha emancipadora cuando está penetrado de su contenido social e individual, cuando ha asimilado el sentido y el drama en sus nervios, cuando busca encarnar artísticamente su mundo interior (Trotsky L, Breton A y Rivera D, 1938).

Sin embargo, el dilema del surrealismo fue el llegar a la revolución o quedar atrapado en la contemplación. La tarea de la intelectualidad comprometida implica derribar el dominio intelectual y ganar contacto con las personas, y esto último no se hace mediante la contemplación. Walter Benjamin recomienda la organización del pesimismo y la desconfianza en todas las líneas.

Pese a todo, los aportes del surrealismo lograron tener consecuencias directas en los movimientos de vanguardia posteriores.

La estética situacionista fue parte de las consecuencias del dada y el surrealismo, y se fundamenta en una crítica del arte, de la cultura y de la sociedad. La fundación de la internacional situacionista en 1957 y de la revista que promueve su crítica y sus propuestas comienza a difundir un nuevo lenguaje confeccionado a base de derivas y desvíos, estableciendo conexiones entre la crítica del arte y el urbanismo, el cine y la revolución social (Perniola M, 2008).

Por otro lado, los cambios en el arte introducidos por el surrealismo también serían implementados en la pintura abstracta producida en Norteamérica. Fue notaria la influencia de la estética surrealista en los artistas de los Estados Unidos. Es reconocida la adhesión de Jackson Pollock (1912-1956) y Mark Rothko (1903-1970) al marxismo, ambos apoyaban al Frente Popular organizado por los comunistas europeos para combatir al fascismo. En términos generales, la perspectiva política de Pollock y Rothko era internacionalista.

El fin de las vanguardias, la crisis de los metarrelatos y las transformaciones experimentadas en lo artístico durante la postguerra exigieron nuevos planteamientos en materia de apreciación y valoración artística. Parte de las discusiones es la muerte del arte, aunque es importante dejar claro que la muerte del arte no se refiere, como es obvio, a la destrucción de las obras por desastres naturales, guerras y contaminación ambiental.

No se trata tan solo de la desaparición de los estilos y géneros históricos y su reemplazo por otros nuevos. El fin del arte tampoco significa en modo alguno que haya terminado la productividad artística. Evidentemente, este planteamiento se encontraba respaldado por la idea propuesta por Hegel. Hablar de la muerte del arte es plantearse la imposibilidad de este de renovarse y engendrar nuevas posibilidades de interlocución o simplemente nuevos discursos.

Dino Formaggio (1914-2008), por su parte, entendía la idea hegeliana sobre la muerte del arte en su más plena acepción dialéctica; se trata de una muerte dialéctica de ciertas figuras de la consciencia dentro del actuar artístico y estético y, por consiguiente, su perenne transmutación y regeneración en la autoconsciencia progresiva.

En el caso de los artistas hondureños, se puede observar dinámicas oscilantes entre la sustancialidad de las poéticas modernas y la banalidad de las estéticas del pretendido antifetichismo, las contaminaciones con lo arquitectónico, la dimensión humorística o paródica de ciertos planteamientos artísticos.

En Honduras son muy pocos los creadores que han adoptado una poética moderna del arte. Cuando se habla de poética se quiere indicar la conciencia crítica que el artista tiene de su ideal estético, del programa que todo artista, en cuanto tal, no solo sigue, sino que sabe que sigue. Se trata del trasfondo cultural subjetivado por sus gustos y preferencias personales, el arquetipo del poeta convertido en modo de construcción (Rocca, V. A, 2013).

En el caso concreto de Honduras, únicamente en la estética de Pablo Zelaya Sierra (1896-1933) y de los artistas del Taller de la Merced se visualiza de forma sólida y comprometida los elementos estéticos de las vanguardias artísticas. En estos artistas se encuentra presente la idea de renovación y transformación social.

No se puede dudar que los artistas de la generación de los 90 promovieron un proceso de ruptura con las concepciones y dinámicas de lo artístico. Frente al panorama de múltiples cambios y renovaciones durante la década de los noventa, el crítico de arte nacional Carlos Lanza plantea que en los años noventa se experimentó una coyuntura caracterizada por la innovación, similar al que se vivió en la década de los setenta. Para infortunio nuestro, el proceso no maduró. Los artistas que destacaron en ese período han tomado rutas diferentes, unos continuaron ensanchando su trabajo intencionalmente, pero en forma individual y sin dejar huella de su trabajo en el país, otros escogieron el camino de hacer un arte comercial y con poca importancia.

Los valores de las estéticas modernas y fundamentalmente del surrealismo, su programa de humanización del hombre y la mujer, su idea de alcanzar la libertad de espíritu por medio de un arte revolucionario e independiente son líneas de acción que se han suprimido de las nuevas poéticas.

La idea propuesta por los artistas modernos del país de transformación y revitalización, es decir, la constitución de una sociedad que promoviera el reconocimiento de las diferencias multiculturales, multiétnicas, pero también una sociedad independiente anticolonialista, solidaria y democrática, no se encuentra presente en el discurso de los artistas actuales. Por tal razón, el vínculo más próximo con el surrealismo de los artistas en Honduras se hizo desde el Taller de la Merced. No por las resoluciones formales de su obra, ni tampoco por los mecanismos o estrategias de creación, sino más bien por su compromiso con la vida y su época.

El arte actual evidencia las prácticas culturales de este momento histórico, los valores de una cultura líquida se traducen en una obra banal y sin compromiso formal y temático. Lo cierto es que el arte hondureño ha dejado de ser vanguardista.

Estamos frente a una estética de la ausencia propia de un mundo en vertiginosa transformación, que paradójicamente se encuentra enlazado con la pulsión de la destrucción.

Pese a todo, siempre se presentan propuestas y prácticas artísticas que permiten soñar y visualizar el horizonte utópico. No todo está perdido, aún prevalece de forma subyacente en el arte de Honduras esa necesidad de revitalizar la vida y despojar la influencia de la banalidad y la espectacularización del terreno del arte. Varios creadores han logrado asimilar de la mejor manera la experiencia histórica de las vanguardias artísticas y con ello el compromiso de revitalizar el arte. Pero para ello, se requiere un compromiso orgánico y militante de los creadores, se espera que la tarea histórica sea asumida y no relegada en los proyectos inconclusos de la historia de Honduras.

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