“¡Ah…, cómo añoro la Guerra Fría…!”, exclamó la jefa de James Bond, fastidiada porque no podía ubicar al indescifrable villano del momento en ninguna casilla ideológica, política, étnica o nacional, como le era fácil hacer todavía 25 años antes.
Hasta este pasado 1 de Mayo entendí esa frase desesperada de la implacable dama. Recordé con nostalgia las antiguas celebraciones del día, cuando los estudiantes marchábamos al frente de las nutridas marchas sindicales, en nudo desafiante con sus dirigentes.
Era todo tan sencillo… La política era una llanura donde cachurecos y colorados se daban con palos para conquistar la cima del poder (bueno, un cerro, chaparro y pelado, porque el país no da para luchas políticas muy grandiosas).
Se era pro-militar o antimilitar; nacionalista o liberal; FRU o FUUD; izquierdista o derechista (a la par que cachureco o colorado; otras mezclas funcionaban al gusto personal).
Las críticas y demandas del 1 de Mayo eran esperadas por la población, formaban opinión pública, inquietaban a los gobiernos y a los poderes.
Hoy, los sindicatos de empresas privadas —otrora la fuerza motriz del sindicalismo— casi han desaparecido. Quedan apenas los sindicatos del sector público, contaminados por la política de partidos.
Las organizaciones estudiantiles, fenómeno exclusivo de la UNAH, han perdido el respeto de la opinión pública.
Esa doble decadencia refleja en parte el deterioro de nuestras instituciones políticas, y de la política como oficio para servir a la comunidad y al país.
El deterioro es mundial. El sindicalismo ha perdido fuerza porque la economía global exige trabajadores mejor educados y entrenados, cuya productividad compensa con salarios más altos.
Las madres que saben esto, son trabajadoras del nuevo sistema y educan a sus hijos para que alcancen por lo menos la escuela secundaria.
Esta es una nueva revolución, mucho más profunda que las anteriores de los textiles y de los automóviles.
Es la tercera revolución industrial, la de la información, que genera una acción sindical centrada en la educación, en la capacitación, en la productividad y en la competitividad, para exigir mejores salarios y condiciones laborales.
El caso estudiantil pareciera que es peculiar de Honduras. Nuestro sistema educativo público es bajo en cobertura y calidad desde la escuela elemental. Cuando llegan a la UNAH, los estudiantes cargan averías educativas de toda clase, algunas casi irreparables.
Con líderes que son parte del clientelismo político, la masa estudiantil busca, en general, graduarse para obtener una licencia de trabajo en el gobierno, donde la exigencia es mínima.
Estos problemas pasan inadvertidos por el estamento político. Los temas de campaña y las técnicas de movilización de masas datan de hace más que cincuenta años.
Nada dicen a la juventud, que sigue esperando propuestas sobre educación, ambiente, discriminación de la mujer, educación para la nueva economía, cómputo electrónico, masificación del acceso a Internet.
La reacción de los jóvenes es abandonarse a las drogas y a la violencia, o, los que pueden, buscar fuera lo que el país les niega. Somos exportadores netos de lo que menos tenemos: jóvenes educados y espíritus emprendedores, que no temen la aventura de probar suerte en otras culturas.
El mundo se remodela todos los días. Caen empresas consagradas, poderes, economías, teorías, sistemas, grupos de poder. Parte fundamental de nuestro problema y de nuestra solución es entender que ese mundo inasible no deja cabida para quien no está educado y entrenado, sea país o sea persona.
Un ejemplo de cambio final lo dio la marina francesa en 1997, cuando sustituyó el código morse por Internet como medio de comunicación.
El alto mando naval envió el siguiente mensaje para cancelar el viejo sistema: “A todos: este es el último grito antes del silencio eterno”. Internet, que ha partido en dos la historia de la humanidad, opera en silencio y por sorpresa.
Nuestros liderazgos políticos utilizan teléfonos celulares cargados de “miquis” tecnológicos. Pero por las actitudes de algunos es obvio que, en el fondo de sus corazones, añoran la comodidad y la sencillez del telegrama.