El ciclo electoral nos avienta a un nuevo proceso de elecciones generales. En cincuenta días, aproximadamente, la ciudadanía renovará las autoridades municipales, legislativas y presidenciales de la República.
Resulta saludable realizar, en consecuencia, un análisis de las diversas perspectivas político-electorales que se presentan ante la sociedad, particularmente en virtud de la metástasis institucional en la que el Partido Nacional ha sumido a la nación, lo que inexorablemente deberá marcar el fin de una era y el inicio de otra, habida cuenta que es impensable continuar el rumbo implantado por parte de la actual cúpula gubernamental del país.
La situación de Honduras, en cuanto a la degradación de su institucionalidad, fragilidad de su economía, parálisis de su sistema productivo, infiltración del crimen organizado en la administración pública y los partidos políticos, niveles delictivos indescriptibles, es de sobra conocido y sufrido por la inmensa mayoría. Ni las maquilladas y manipuladas estadísticas del INE, del Banco Central o de la Secretaría de Seguridad pueden cambiar esta realidad. El cáncer de la crisis social, moral y económica que inició años atrás se ha propagado por doquier, provocando la metastatización de este en los últimos cuatro años, y la pregunta que resulta clave y fundamental en este momento es saber si es posible iniciar una nueva era a partir del próximo año, o definitivamente la nación hondureña está en peligro de extinción en sí misma.
La arbitrariedad, cinismo y descaro con que el gobierno y el presidente del Congreso han actuado en este período ha sido la tónica, pero se ha intensificado de tal manera los últimos meses que han dejado entrever el estar dispuestos a permanecer en el poder a cualquier costo. Es decir, lo que antes, incluso en gobiernos anteriores, se intentaba disimular y realizar de manera subrepticia, hoy se realiza con naturalidad y con toda una nación de testigo.
Ejemplos sobran: descabezamiento del secretario ejecutivo de Fonac por oponerse a sus dictados; manipulación abierta en el CNA; campaña mediático-electoral sucia y barriobajera de ataque a otros candidatos; manipulación del TSE y del RNP, instituciones politizadas y al servicio del partido de gobierno; elección abrupta y fuera del procedimiento establecido de las autoridades del Ministerio Público; manipulación de las estadísticas de la Secretaría de Seguridad; uso electoral de temas sensibles como el del combate a la delincuencia, son algunos casos que muestran y dejan en evidencia la agonía de una institucionalidad que, si bien tenemos claro, nunca se consolidaron en los niveles deseados, jamás habían perdido tanto su incipiente esencia y, consecuentemente, el fin primordial de su ser.
Visto este panorama, el 24 de noviembre se presenta como una fecha clave en el devenir del país. El fantasma del fraude electoral y la manipulación de los resultados por parte del partido de gobierno y el candidato oficialista son absolutamente justificados, y es menester del resto de partidos actuar de manera tal que se contrarreste esa amenaza, en unión con otras organizaciones, organismos e instituciones de la sociedad civil independiente.
La continuidad del Partido Nacional en el ejercicio del poder público es una seria amenaza para la propia supervivencia de la nación. El 2009 parecía marcar un punto de inflexión en el proceder de la clase política, y las expectativas forjadas al inicio de la administración Lobo eran la construcción de un Estado más democrático, justo, equitativo y eficiente que el predecesor. Pero, por el contrario, el gobierno de Lobo y el proceder de Juan Orlando Hernández en el Congreso Nacional no fueron sino una continuación, exponencialmente superior, de un sistema corrupto, demagogo y caduco. No hicieron el más mínimo esfuerzo por intentar reducir el gasto público, combatir la corrupción, fortalecer la institucionalidad, generar políticas de Estado, junto a otras fuerzas políticas, para afrontar la problemática de la inseguridad o la crisis financiera. Por el contrario, aumentaron el derroche de los fondos públicos, aumentaron los casos de corrupción a gran escala, intentaron minar el futuro de otras fuerzas políticas, hicieron uso de fondos públicos para realizar sobornos… Los resultados están a la vista: se ha aumentado el índice de muertes violentas de manera dramática, a cerca de 90 por cada cien mil habitantes, pese a los esfuerzos de manipulación burda del empresario-político Arturo Corrales; el desempleo campea en todo el territorio, generando más exclusión, pobreza, desintegración familiar y delincuencia; el poder adquisitivo, debido a la devaluación del lempira y a la desenfrenada inflación, ha disminuido significativamente.
En consecuencia, me parece hasta vomitivo pensar que JOH tiene siquiera opciones de triunfo. Al menos en un país serio, con una ciudadanía responsable y efectiva, no las tendría, sobre todo cuando plantea propuestas y promesas electorales, desconociendo su papel de presidente del Congreso. Es decir, tras 4 años en ese cargo, no puede presentarle al pueblo sus logros y su exitoso proceder, sencillamente porque no los tiene, y emplea un discurso más propio de la oposición que del oficialismo.
Libre es una moneda en el aire, un albur. Pese a sus esfuerzos por generar tranquilidad en lo que a una posible administración del partido de “Mel” Zelaya y Xiomara Castro pudiera ser, los recuerdos de los exabruptos, de los atropellos, de la arrogancia y de la actitud antidemocrática que el expresidente Zelaya asumió los últimos meses de su administración son muy difíciles de borrar. De todos es sabido, así me lo han aseverado amigos personales que forman parte del círculo de confianza de Zelaya, que el control del poder estaría en manos de Zelaya Rosales y no de Xiomara. Por ello, la preocupación de volver a repetir las situaciones de inestabilidad y confrontación de 2009 pone al partido Libre en una situación delicada, desde el punto de vista electoral. No podemos negar que Libre tiene un apoyo electoral significativo. Su discurso antisistema no deja de despertar cierta esperanza y simpatía entre algunos sectores desfavorecidos. No obstante, en mi criterio, aún no alcanza el techo necesario para poder aspirar a ganar, justamente por las dudas que despierta.
Es preciso recordar que un país es atractivo para la inversión cuando posee un gobierno estable, democrático, abierto al diálogo y a la sana convivencia. Estas características no son propiamente las que reflejan la personalidad de “Mel” Zelaya, por lo que, bajo mi criterio, un hipotético gobierno de Libre, dadas las críticas condiciones en que Lobo y Hernández dejarán al país, sería potencialmente peligroso y dejaría abierta la puerta para una posible convulsión social, como resultado de la potencial polarización que se generaría.
Por último, resta hablar de Villeda. Es probable que el candidato del Partido Liberal tuviese muy pocas opciones de victoria hace un año, pero no podemos desconocer que en los últimos noventa días su crecimiento ha sido significativo, y es un hecho que ha entrado de lleno en la batalla. Villeda es un candidato atípico en Honduras: no sonríe con facilidad, en su campaña publicitaria escasean las típicas canciones electorales, no es amante de la realización de concentraciones masivas, la mayoría de las cuáles, en todos los partidos, son prefabricadas. Ha optado por una campaña distinta, más directa y franca, y a tenor de las últimas mediciones, parece estar dándole frutos.
Villeda ha levantado el estandarte de la decencia y de la honestidad, y tiene cómo defenderlo, pues su intachable hoja de vida es prueba fehaciente de ello. Ha pregonado, hasta la saciedad, que Honduras requiere una inversión de sus corruptos y decadentes valores actuales, en favor de valores morales. Habla de temas económicos y sociales, pero enfatiza permanentemente la necesidad de luchar frontalmente contra la cultura del robo, del soborno, del saqueo. Ser honesto, no cabe duda, no garantiza que una persona deba ser un buen presidente, pero ser deshonesto sí que es garantía del fracaso de cualquier administración.
En consecuencia, tengo la certeza que de los candidatos en contienda Mauricio Villeda es el que mejor refleja la honestidad, la honorabilidad y la decencia. No es carismático, posiblemente no es el más simpático y risueño, y quizá no sea el más ducho en economía, aunque está muy bien asesorado. Sin embargo, ya tuvimos de todo eso en los gobiernos pretéritos, y de poco nos sirvió como país: Callejas y Maduro, tecnócratas y dignos representantes de los “Chicago Boys”; caudillos y campechanos como Rosuco y “Mel”; eternos risueños, aún en situaciones críticas o de dolor, como Porfirio Lobo, y los resultados son un país más pobre, más endeudado, más violento, más injusto y más antidemocrático.
Honduras requiere un planteamiento integrador, no disgregador; requiere una propuesta de honestidad, y no de corrupción; requiere de un liderazgo basado en principios y cualidades, y no en compra de conciencias y apoyos; requiere más institucionalidad y menos personalismos; requiere más verdad y menos mentira; requiere más dignidad y menos servilismo; más centro y menos derecha e izquierda. Y estoy seguro que estos elementos tan necesarios están representados en la figura de Mauricio Villeda.
El país está en un proceso de metastatización que pone en peligro nuestra propia existencia. Se requiere la intervención inmediata, oportuna y diligente, para evitar caer, sin retorno, en el precipicio por el que nos conducen gobernantes sin sentido ni convicción de patria. En noviembre podremos elegir entre varias opciones, aunque creo solo una puede modificar el rumbo actual, por lo que un análisis profundo y alejado de sentimentalismos, por parte de nosotros, los ciudadanos, es un obligado menester.