Opinión

El economista súper estrella

Los mayores órganos de comunicación del mundo lo saludan. The Economist no vacila en calificar a Capital in the Twenty-First Century como un libro de impacto equivalente al conseguido por Smith en el siglo XVIII (“La riqueza de las naciones”), Marx en el XIX (Das Kapital) y John Maynard Keynes en el XX (“Tratado sobre el dinero”).

La obra (700 páginas en la versión Harvard de 2014) ocupa constantemente el número uno en preferencias de lectores y ha sido elogiada por figuras de la talla de premios Nobel como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, así como por Financial Times.

Según diversos críticos, este texto de Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971) contiene duros ataques a la inequidad o desigualdad que caracterizan al capitalismo y que cada año es más creciente, “hasta que se vuelva intolerable”, pero es que con frecuencia los economistas educados en la escuela “clásica”, la historicista e incluso en la neoliberal y relativamente moderna de Chicago son susceptibles a cuanto difiera de sus conceptos del capital y del papel del Estado en la economía (por algo la titulan ciencia lúgubre), a diferencia de la escuela marxista, que lo estudia a profundidad, teoriza sobre la historia y hace propuestas directas en torno a la acción estatal. Según Krugman, Piketty “presenta un nuevo modelo que integra el concepto de crecimiento económico con el de distribución de ingresos salariales y riqueza. Cambiará el modo en que pensamos sobre sociedad y economía”.

Obvio que no lo he leído, carezco de las bases para comprenderlo, pero sí miro con detenimiento la opinión de expertos y entendí dos tercios de su conferencia “Capitalismo del siglo XXI: ¿injusto como el del siglo XIX?”, que es la misma que pronuncia en todos lados: Berlín, Jerusalén… Más importante es oír lo que los especialistas manifiestan y es que para Piketty ––quien ganó el Ph.D a los 22 años y fue profesor de la Escuela de Economía de París, hasta que en 2009 su mujer, hoy ministra de Cultura, lo enjuició por malos tratos conyugales–– “el crecimiento de la desigualdad es inherente al capitalismo porque la tasa de retorno o rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento económico”. This Week amplía al respecto: “Esa tesis choca de frente con la economía neoclásica (basada en Adam Smith y David Ricardo) que considera que la distribución de la riqueza es un tema secundario del crecimiento y que en economías maduras (desarrolladas) la desigualdad se reduce naturalmente”.

Llama la atención que Piketty sustituye el viejo concepto marxista de lucha de clases por una lucha intergeneracional que acabará destruyendo al mismo capitalismo, ya que el aumento mastodóntico de la pobreza (y sus inequidades) lo hundirá. “Con el ‘laissez faire’”, escribe el autor, “la tendencia natural es a la desigualdad”.

Por el contrario, la intervención de la historia, que afecta el rendimiento del capital y su inversión (guerras mundiales), y la del Estado (redistribución), pueden torcer esa tendencia”. Para sus conclusiones, Piketty estudió por tres lustros 300 años de la economía de 30 países desarrollados.

The Guardian ve algo en que todos coinciden: la desigualdad ha crecido en las últimas tres décadas, pues hoy 1% de la población posee 43% de los activos del mundo: el 10% más rico maneja el 83%. La clave de Piketty es la distribución y cree que aquella mala conducta va a continuar, a menos que entren en marcha medidas progresistas globales, como un impuesto de 80% a la riqueza (no solo al ingreso), propuesta que levanta cabellos incluso a pobretones de cien mil dólares. “El capitalismo es incompatible con la democracia y la justicia social”, dice.

De allí que lo nombren “el nuevo Marx”, aunque es incorrecto pues Piketty aspira a reparar el sistema, podrido cuanto esté, mientras que Marx añoraba enterrarlo para siempre.