En política, como en las matemáticas, dos más dos siempre es cuatro. Eso nos lo enseña la escuela y la vida, no solo porque es evidente sino porque es comprobable. Baste tomar un ábaco o una moderna calculadora, si alguno lo duda. Y si alteramos el orden en que adiciono esos números en la suma, el resultado será el mismo por aquello de la propiedad conmutativa, que no es lo mismo que si altero la forma en que agrupo los números, que es la propiedad asociativa y... por cierto, también da el mismo resultado. Las maestras de primaria se empeñaron en hacernos aprender estos conceptos, convencidas que para algo servirían. Así fue y lo entendimos cuando tocó recibir el cambio de una compra, en billetes o monedas de variada denominación y dar cuentas de un mandado. Revueltos en la bolsa del pantalón, cuando aquellos pedazos de papel o piezas metálicas salían ¡debían sumar lo mismo que nos había entregado el vendedor (a menos que el bolsillo tuviera agujeros o se nos hubiera dado menos dinero).El abuso de la demagogia y una retórica cantinflesca acostumbrada a enredar lo evidente, ha orillado a algunas personas involucradas en el ejercicio político a la justificación de una “realidad” alternativa en la que las matemáticas no son exactas, especialmente cuando de sumas se trata. Esto ocurre cuando se expresan expectativas, por ejemplo, de logros en materia económica, desempeño en indicadores sociales, confianza en una gestión gubernativa y, como se ha visto también, en la cantidad real de apoyo para una votación parlamentaria clave.
La aprobación de leyes que requieren simple mayoría de la cámara legislativa hondureña (esto es 65 votos favorables de un total de 128 posibles) y la elección de altos cargos con mayoría calificada (2/3 o sea 86) obliga a la adición real y efectiva de las distintas fracciones partidarias del poder legislativo pues ninguna por sí sola arribaría al “número mágico” indispensable. El oficialismo con sus 50 representantes necesita sumar voluntades de otros colores políticos para aprobar legislatura esencial y cumplir sus promesas de campaña y lo demanda mucho más si quiere designar posiciones en la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio Público, el Tribunal Superior de Cuentas y los órganos electorales. No obstante, siendo la política moderna el noble arte de forjar coaliciones y acuerdos, pareciera que los actores políticos de nuestro actual Congreso Nacional necesitan un urgente repaso de aritmética para entender que el deseo no basta para imponer las mayorías que se necesitan en ese poder del Estado. Olvidando procedimientos y el tiempo para ponerlos en práctica, prima entre muchos diputados una preocupante negación de la realidad política, que solo ha llevado a la inamovilidad y parálisis de sus actividades cotidianas. Decía Albert Camus que la democracia es un ejercicio de modestia. Por eso sería bueno reconocer que no será haciendo magia que los sumandos ajustarán para el resultado esperado. Mucho menos haciendo trampa, que sería peor.