El pueblo hondureño sigue sumergido en pleno siglo XXI en costumbres y resabios primitivos que en otros países fueron superados hace mucho tiempo. Esta liberación señaló el despegue de esos pueblos tercermundistas hacia estratos superiores de desarrollo humano. Ese desprendimiento oportuno, responsablemente dirigido por personajes extraordinarios, transformaron aquellas actitudes improductivas en fuerzas estimuladoras del espíritu de separación de esos pueblos. Cuando investigamos qué factores propulsaron ese desarrollo acelerado, recurrimos casi siempre a la respuesta fácil; surge entonces, automáticamente, el tema de la educación. Pero la educación siempre ha estado allí; buena o mala; siempre ha sido un instrumento disponible para todas las administraciones responsables de la conducción del Estado. Entonces, ¿qué fue primero? Como la incógnita aquella de, “el huevo o la gallina”. Para este curioso observador de la historia, lo primero no ha sido la educación (sorpréndanse), lo primordial ha sido un “liderazgo” capaz, responsable y visionario que ha entendido con claridad y precisión que la educación es el instrumento idóneo para transformar las naciones; por supuesto, una educación pulida y de avanzada, tecnológicamente al día; una educación liberada de esa camisa de fuerza que la orienta, en los países atrasados, particularmente a “informar” y no a “formar” a esa juventud que se le encomienda; una educación que enseña a aprovechar y desarrollar la capacidad intelectual de los jóvenes; a explotar su riqueza creativa; una educación mas allá del primitivismo que no se limita a enseñar a leer para poder leer rótulos en las calles y que no permite promover el deseo de avanzar más allá de lo que apunta la nariz; una educación que despierte el interés por la lectura formativa y no por la basura impresa; una educación que recompense la investigación y, ojo, no es culpa de los maestros, ellos son las primeras víctimas de nuestro medio, de un modelo educativo que se quedó congelado en el tiempo y que no ha sido posible actualizarlo para poder competir con el mundo, tal como es la responsabilidad de aquellas autoridades obligadas a generar políticas de cambio, sin olvidar que al final, la responsabilidad es siempre del cabezón (con cariño) que como director de la orquesta orienta con su batuta a los músicos colaboradores en la administración del Estado. En nuestra Honduras, como producto de ese arraigo a patrones desgastados, colonialistas, adjudicamos el honorable titulo de “líder”, a mansalva, a cualquier figurín o figurón de la política no necesariamente surgido de la academia ni de la dedicación exitosa a una actividad honrosa en la producción de bienes o servicios, ni de la administración empresarial, o de cualquier otra actividad legal y honorable, en la cual haya sobresalido entre la muchedumbre, una figura que flote por su carisma e inteligencia, por encima de las cabezas de la multitud y cuya capacidad de administrar recursos humanos necesarios para elevar el nivel de vida de un pueblo, le es atributo natural que lo convierte en un personaje confiable y en factor imprescindible para diseñar un modelo de superación colectiva. Honduras necesita, por consiguiente, líderes inteligentes, creativos, transparentes, honestos, con ambiciones de calidad, no más “habla-pajas” o “pega-postes”, requerimos ser conducidos por nuestras élites educadas. Por todo ello “BASTA YA”
de escoger mal
de escoger mal