Es inevitablemente sospechable que cada vez que el gobierno toma una decisión terminante contra la criminalidad, un explosivo tropel de opositores -implacable y rabioso- salta agobiante para bombardear todos los días a todas horas, en redes y en medios cualquier medida. Los mismos delincuentes deben de estar desconcertados por tan inesperada indulgencia.
Aunque algunos políticos se enredaron con bandidos y otros se pringaron en actos criminales, no todos los opositores -ni siquiera la mayoría- se confabulan con los malhechores. Mas bien, se trata de una obstinada pretensión de desgastar al gobierno, sin importar que su iracundo ataque quebrante y obstruya medidas que nos beneficien a todos.
En cualquier democracia la oposición es clave, de hecho, es fundamental para su existencia, porque limita los poderes de los gobernantes y puede evitar los abusos y la tiranía. Pero en una sociedad avanzada la oposición es habitualmente constructiva, cerebral y prudente, sin abandonar la beligerancia y la crítica.
Es condenable que aquí estas personas insensatas y enceguecidas prioricen sus intereses partidistas y su lucha política por encima del bienestar común. Son incapaces de considerar que la oposición vacía y malintencionada sólo causa frustración y desasosiego en una ciudadanía que, al final, termina despreciando a todos los políticos.
En esta cofradía de opositores no sólo hay políticos, se unieron los que malquieren al gobierno y lo machacan en busca de sus propios beneficios: comerciantes, profesionales, dizque organizaciones de sociedad civil, oscuras oenegés, presuntos “analistas”, algún organismo foráneo, tal vez una embajada, abogados, periodistas, pastores, sacerdotes, uno que otro rufián y una legión de privilegiados de la Presidencial anterior. Muchos agazapados en lo que se conoce como negación plausible.
La cárcel como facultad del delito y origen de muchos males era queja frecuente del público en la radio y la tele, pedía desesperado aislar lejos a los reos peligrosos, en una prisión infranqueable y severa. El gobierno pensó en la Isla del Cisne, lo torpedearon. Luego, en las montañas, fuera de la carretera, del teléfono e internet, para evitar la extorsión y la operación desde adentro. Entonces, los de siempre alborotaron La Mosquitia con medias verdades y mentiras completas.
El estado de excepción en algunas comunidades, que permite la búsqueda y captura inmediata, preocupa más a los opositores destructivos que a los criminales y, para más inri, también se oponen al control de los celulares con el registro biométrico, como ocurre en otros países. En fin, no hay tema que no contaminen.
Si fueran más inteligentes o más cuerdos, por ejemplo, dirían que tal o cual medida está bien, pero que al llegar ellos al poder la ampliarán y la mejorarán. Quizás ofrecer esperanzas y buenas vibras les deje más votos, porque muchos ya están hasta aquí de confrontación y odio