'¡Cuídate de los idus de marzo!”. Originalmente considerado como día de buenos augurios en el antiguo calendario romano, el festivo 15 de marzo comenzó a revestir signo trágico a partir del año 44 a.C. cuando fue asesinado en esa fecha el célebre Julio César. Por esta razón ha sido común aludir negativamente a los “idus de marzo” en la literatura y en el mundo de las ideas.
En el transcurso de la mañana del 15 de marzo pasado, circuló por redes sociales el video de una masacre, filmada desde la perspectiva del atacante y que lucía como un videojuego.
Al poco tiempo, se supo que las imágenes eran reales y mostraban la acción terrorista de un supremacista blanco en contra de asistentes a dos mezquitas en una comunidad con el paradójico nombre de Christchurch, en Nueva Zelanda.
El brutal acto fue transmitido “en vivo” por Facebook y dejó un total de 50 personas de distintas edades muertas y otro tanto gravemente heridas, provocando una inmediata condena universal.
Las reacciones de la primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern solidarizándose con la comunidad musulmana han llamado la atención, no solo por su evidente empatía, sino porque fue enfática en pedir a sus conciudadanos “jamás nombrar al asesino para evitar uno de sus objetivos: ganar notoriedad”. La sociedad neozelandesa ha acuerpado su pedido destacando los nombres e historias de las víctimas, así como las de los héroes anónimos que enfrentaron al atacante.
No ha extrañado tampoco la acción política de días después, con la propuesta de legislación contundente que prohíbe la tenencia de armamento de asalto y semiautomático de tipo militar. Con una tasa de homicidios de una persona por 100 mil habitantes (una de las más bajas del planeta), la respuesta es una medida preventiva más que justificada.
Aún con el sacrificio presupuestario del último lustro y la onerosa reducción del índice de homicidios, entre nosotros los nombres de las víctimas se siguen acumulando en los registros forenses en proporciones mayores a las de Nueva Zelanda, mientras la mayoría de los impunes victimarios son también “N.N.” (“nomen nescio” o “desconozco el nombre”) de la nota roja.
Se trata de “innombrables”, ya no por petición oficial, sino por un desborde estadístico ante el cual poco o nada hará la debilidad institucional, mientras no se dirija la mirada a otras causas que sirven de caldo de cultivo a la impunidad y que también demandan reacciones heroicas.
Apostar por una verdadera democracia, donde se respeten las leyes y bienes públicos, con garantía plena de derechos humanos y desarrollo para todos(as) son esenciales para lograrlo, pero abandonar la apología del delito y ejecutar un profundo desarme deberían ser el primer paso para gozar de mejores augurios y ser bien nombrables en el concierto de las naciones.