Columnistas

Los niños: ¿presente o futuro?

Yo era un niño cuando las Naciones Unidas declararon 1979 como el “Año Internacional de la Niñez”. Fue entonces -y no antes- que tuve consciencia por primera vez que como tales deberíamos importarle a alguien más que a nuestros padres, madres, hermanos y parientes más cercanos. Los periódicos se llenaron de titulares para la ocasión e imágenes de infantes anónimos, de distintos colores, sonriendo con sus dentaduras incompletas algunos, llenos de mocos y descalzos los demás. Los gobernantes destacaron entonces su compromiso de hacer realidad para ellos el destino más dichoso posible.

“Los niños y niñas son el futuro” decían. Hemos visto cómo esta frase se recicla con frecuencia todos los diez de septiembre, durante las catarsis benéficas de fin de año, las pantomimas oficiales y, como todo cliché, su repetición ad nauseam la ha vaciado de significado para la mayoría.

Si los niños y niñas son garantía de un mejor porvenir, su cuidado y atención deberían ser prioritarios. Si es así ¿por qué los seguimos transportando en el lugar más inseguro de los pick-up: afuera, en el espacio para carga (paila)? Si su seguridad es primordial, ¿por qué cuando el padre transporta al crío en motocicleta, se le obliga a él a portar casco, pero la pequeña o pequeño sigue viajando con su cabecita descubierta (aunque hay quienes usan protección, no todos la reciben)?

¿Cuánto valen nuestros niños y niñas en nuestra mente? ¿Cuentan como personas, medias personas o no cuentan en absoluto?

En la lista de invitados a un ágape familiar sin pensarlo se omite en la cuenta a los niños y niñas, aun y cuando cada núcleo tiene al menos uno o un par a su cargo. ¿Acaso no comen, no tienen sed, no participarán de la celebración?

La asunción de que las necesidades de los niños son menores por efectos de su tamaño, lleva a que se cometan agravios contra ellos: en un comedor una madre pide para sí un plato de comida completo (con carne, carbohidratos y ensalada), mientras solo compra un pastelito de carne para cada uno de los dos menores hijos que le acompañan. Si bien ella debía alimentarse y gozar de las fuerzas necesarias para trabajar y mantenerlos, no es menos cierto que los pequeños requieren de nutrientes suficientes para sus mentes y cuerpecitos en pleno desarrollo. Aunque el hambre es más cuando se es mayor, la de un niño le hace más daño si no se satisface como se debe.

Según el “principio del interés superior del niño o niña” se debe garantizar que cualquier medida que se adopte sobre los niños/as, primero tome en cuenta aquellas que promuevan y protejan sus derechos, por ejemplo, su desarrollo integral y su vida digna. Es decir, que todas las acciones que se emprendan sobre ellos deben orientarse a proveerles de condiciones materiales y afectivas que les permitan vivir a plenitud y procurando el máximo bienestar posible.

Mire a su alrededor, los niños y niñas son más presente que futuro. Y más vale enseñarles con el ejemplo, que no se puede dejar para mañana lo que es deber hacer hoy.