Columnistas

La corrupción atmosférica

El pantano del Mitch aún no se ha secado a 22 años de su paso por Honduras, y otra tragedia nos estremece ante las embestidas del poderoso huracán Eta, de categoría 4, ese que ha tocado tierra en la costa norte caribeña con fuertes lluvias y vientos sostenidos de hasta 220 kilómetros por hora.
Este fenómeno con una brutal capacidad destructiva deja un doloroso recuento de muertos y desaparecidos, además, deslizamientos de tierras, lluvias y vientos que ha arrancado techos, derribado árboles e históricos puentes, tendidos eléctricos, daños a las remendadas vías del eje carretero, a los cultivos, al ganado y valiosas vidas, dejando cientos de miles de damnificados.
El centro de huracanes de los Estados Unidos había lanzado la advertencia del poderoso ciclón, pero la burocracia política y meteorológica de este país cree que las tormentas son una fiesta «reguetonera» y se inundan de ignorancia al hacer caso omiso a estos llamados por estar ocupados en las vacaciones morazánicas y en un invento fallido para «reactivar» la economía devastada por los efectos de la pandemia del covid-19.
La enclenque economía queda sumergida por el dolor y la calamidad que en ocho largos meses ha dejado dos mil setecientos muertos, cien mil contagios y miles de familias en albergues improvisados por un Gobierno especialista en esos menesteres rápidos que alargan la crisis, mientras centenares de damnificados siguen esperando ser rescatados en los pantanos de lodo y aguas de Cortés y Atlántida, donde los equipos de socorro han sucumbido ante tantos cuerpos atrapados entre los escombros de un Estado inoperante.
Ha tenido que venir rescate de países amigos como Guatemala y Estados Unidos con lanchas y helicópteros, porque los que hay acá solo sirven para adornar la selfie del presidente.
El panorama se ha oscurecido más a consecuencia de la crisis sanitaria, la depresión tropical y el impacto emocional de la población que se «ahoga» en una crisis social y económica, donde el 50 % de su Producto Interno Bruto (PIB) se ha perdido. Por su parte, el país entero ha tenido que organizarse —sin líderes y chantajistas políticos— en un brazo solidario para llevar ayuda humanitaria a las víctimas de este desastre natural y administrativo.
Con su puño, la naturaleza destruyó gran parte del país, pero la mano del hombre devasta la economía con su corrupción que deja los organismos de contingencia caracterizados por su poca posibilidad de respuesta rápida, por el saqueo y las propagandas políticas.
En lugar de escuchar los lloriqueos del Gobierno, ahora debemos exigir con urgencia, para que nos garanticen cuentas claras que aseguren que los fondos de las ayudas destinadas para nuestro golpeado territorio, sean utilizados con absoluta transparencia supervisada y con información pública, veraz y actualizada sobre cantidades, usos y destinos para evitar los desvíos hacia el apoyo financiero de campañas políticas, donde «los tiburones» nadan, en medio de las turbias aguas de la tragedia.
Esta nueva crisis se debe manejar con un enfoque multisectorial que incluya a la sociedad civil para determinar políticas públicas de prevención y robo descarado en situaciones como esta. Un ejemplo de ello puede ser un programa de carácter estratégico que recoja propuestas de acción para un nuevo sistema de auxilio inmediato a los ciudadanos en riesgo.
Cada mes con lluvia o sin lluvia se desbordan las ambiciones políticas donde sale a flote la corrupción que «blanquea» una democracia a la deriva, manipulada con propagandas electorales que saquean los presupuestos de los organismos encargados de las contingencias y emergencias nacionales.
El puño de la naturaleza nos ha golpeado sin piedad, pero la mano abierta del funcionario corrupto nos mata en un vendaval de malos tiempos que arrastra la impunidad, esa que a menudo cae en Honduras, como una «tormenta perfecta».