Nuestra patria vive momentos inquietantes. Tres días de movilizaciones han sido convocados por el presidente Mel Zelaya, aunque ya transcurrieron dos sin concretarse.
Fueran tres días o solo tres horas de este sábado 28, inicialmente llamó a sus seguidores “comandos insurreccionales”. No repitió semejante nombre por la connotación de la que la ciudadanía está consciente. Son anarquía, destrucción y odio.
¿Qué le hizo Honduras al presidente Zelaya para que fomente tanto rencor? ¿Qué significa y qué esconde en la convulsión social que impulsa? Protesta cívica no es. Solo es parte de una estrategia, una de tantas en el desorden que se ha sabido el ganador. Pretende implementar una presión aviesamente calculada: Avasallar en la bulla y el caos lo que no ha logrado por la razón y no logrará en las urnas. Llamarlos “comando insurreccional” no es ingenuo ni simbólico. Es motín cargado de historia y peligro.
No sería la primera vez que el presidente Zelaya recurre a métodos tan procaces. Lo hizo en 2009 cuando reiteradamente violentó la Constitución e irrespetó él mismo, resolución judicial. Hoy vuelve a intentar ensañarse en nuestra nación, no como líder del pueblo, sino como estratega de la confrontación. ¿Sus razones? No son las injusticias, tampoco el saqueo al que los protegidos de la facción del PLR en el poder están haciendo del erario. Ni la negligencia y la incompetencia que exhiben. Procura ventilar su liderazgo y detener el declive de su partido.
Trató de cohesionar su base con la persecución política a los tres generales y no le resultó. Ahora trata de hacerlo con una movilización que tampoco logró. Su base ya no acepta el engaño ni la decepción de todo lo que prometieron y no cumplieron. Salieron peores que los que señalaban. Pero el presidente Zelaya en vez de buscar reparar, trata de hacer más daño.
La democracia se construye con votos, no con botas. Con dialogantes, no con turbas. Por favor, presidente Zelaya, sea responsable: deje de jugar a la insurrección.
