Garito es un espacio donde reinan tahúres, casa de apuestas, gallera, chinamo. Tahúr es alguien dedicado a trampear en el juego, no se le debe confiar nada, nació para traicionar. Sea a los dados, con lotería, ruleta, solitario, matute o rayuela, su misión es ganar coimas y desplumar incautos, hacer pases de prestidigitación con cartas que embrujan al inocente y le hacen ver lo que no ve, desear lo que no existe.
Como cuando te dicen que dios está detrás cuidando tus espaldas, si dios carece de tiempo para la tontería humana; nos dio las reglas y principios y nos lanzó al avatar cósmico, actuamos mal o crecemos, al parecer ocurre lo primero.
Oficio de fulleros, pues, o falseadores que encandilan con juego de manos, que tiran envite y doblan la parada hasta que el dado emerge del cubilete y la fortuna da vuelta, el culo de seises les hace fracasar, abusan y el rival se entera que hay trampa, extrae la herrumbrada pistola y como en el caso de Rosita Alvirez, que esa noche tuvo suerte, narra el Piporro, de tres tiros que le dieron sólo uno era de muerte, grosería del azar.
Honduras es hoy un vergonzoso garito gubernativo. Dado que no podía convocar a actores genuinos para el “diálogo” ––pues la gente de la Plataforma iba a poner en riesgo la archi maxi multimillonaria operación financiera que implica sustituir con entidades privadas a los institutos de educación y clínicas de salud que financia el Estado––, los conserjes y mayordomos del Ejecutivo se dieron a la tarea de seducir y convencer, extorsionar y presionar a un par de colegios magisteriales y a alguno clínico para teatralizar ––escenificar, montar en tablas, dramatizar–– un viciado conversatorio. Son discursos de ventrílocuo, arte de pantomimas, es el idéntico guion con que la clase bipartidista hizo daño al país durante un siglo, pero que está por desaparecer, da sus finales gañidos, toses, pedos turbios e históricos estertores, va a sustituirla, dios quiera, una nueva generación milenarista, no importa que confusa y desorientada y despeluzada sin calcetines pero honesta y singular, que quiere lo mejor para quienes no conoce pero que sospecha son sus auténticos hermanos, paisas en la construcción de la democracia
y la identidad.
La vieja burguesía agraria nunca ascendió éticamente, como en otros países, y es ahora sustituida por cierta claque o pandilla que ya adquiere características oligárquicas y cuya principal operación es el maquillaje del cinismo, tras el que esconde lo que es: titiriteros de baja catadura, inventores de escenas apócrifas, argumentadores de nada. Incluso en teatro son malos, se les ve la cobija.
Miren entonces la responsabilidad que tenemos como nación ya que damos ––los viejos–– poder a imberbes para transformar la dolorosa circunstancia social. Pero es el relevo generacional, ha ocurrido siempre, son los jóvenes quienes deben desmontar la casa de apuestas antes que la transformen en casa de citas, que ya casi lo es pues quienes gobiernan se disponen a entregar hasta el alma si ello les permite proseguir su cruel cadena de corrupción, para lo cual, aparentando orden y estabilidad, alzan tablados inmorales, montajes de dramaturgia que, por fortuna, ya no engañan ni a sus propios cómplices
y partidarios.