A lo largo de la centuria decimonónica, dos ideologías prevalecieron en el ideario nacional: el liberalismo y el conservadurismo, surgiendo otras en las últimas décadas.
La primera generación liberal, criolla, constituida esencialmente por Valle, Herrera, Márquez, Morazán, Cabañas, como sus más sobresalientes representantes, poseedora de “fe en la democracia, la justicia y la equidad, que dedicaron su vida a construir esos principios entre la sociedad” (Julio Escoto, “Tierra del oro y del talento cuna”), fueron los que tanto en sus escritos como en la praxis suscribieron, propusieron y aplicaron las doctrinas incubadas en Inglaterra y Francia a partir del siglo XVIII por Smith, Ricardo, Mills, Montesquieu, Diderot, Rousseau, intentando forjar un Estado y una sociedad cimentadas en el republicanismo, propiedad privada, igualdad jurídica, libertad comercial, de prensa, de opinión, desarrollo económico, predominio de la razón sobre el dogma, educación popular como instrumento de superación personal y colectiva, unión centroamericana bajo el sistema federal de gobierno.
La puesta en práctica de tales ideales debió hacer frente a diversos obstáculos, desde la oposición conservadora-clerical, la inestabilidad provocada por las guerras civiles, lo endeble de las finanzas públicas, la ausencia de una clase social suficientemente consolidada y unificada que hiciera suya tal paradigma, la dispersión poblacional en regiones semi-aisladas y autárquicas, lo que impedía integrar un mercado nacional.
Pese a ello, brindaron lo mejor de sus talentos y esfuerzos por llevar a la práctica su cosmovisión. En el intento, unos sucumbieron fusilados, otros murieron ignorados, sumidos en digna pobreza. El conservadurismo, anclado en el pasado hispánico, defendió la estructura estamental jerárquica de la sociedad, adversa a cambios radicales en la economía y las mentalidades, en alianza con la alta jerarquía eclesial.
Encontraron en las masas indígenas aliados, particularmente en Guatemala, en tanto en Honduras los indios de Texíguat y Curarén integraron las filas de los ejércitos morazanistas.
Ferrera, Guardiola, Medina fueron los más destacados políticos y gobernantes afiliados a estos principios defensores del status quo, careciendo de ideólogos que justificaran y racionalizaran el viejo orden. La segunda generación liberal, en las últimas décadas del XIX, retomó los postulados de la primera, debiendo enfrentar una realidad: el cada vez menor margen de autonomía de las naciones centroamericanas ante el expansionismo y creciente interés geoestratégico de Estados Unidos en el istmo. Celeo Arias y Policarpo Bonilla fueron sus más connotados exponentes, ideólogo y fundador del Partido Liberal, respectivamente.
El positivismo, inspirado en los escritos del francés Compte, encontró discípulos en Soto, Rosa, Zúniga, Vallejo, teniendo la oportunidad de poner parcialmente en práctica su cosmovisión a partir de 1876 al acceder al poder, iniciando un programa de reordenamiento bajo la tutela del Estado, designado como Reforma Liberal.