Era 2017 y asistíamos a un seminario de reflexión política en Siguatepeque, amarrada ya por JOH la elección presidencial, cuando Amable de Jesús, el admirado alcalde, pronunció una sentencia que estremeció a todos: “mejor que no ganamos”, dijo, “no estábamos preparados para gobernar”. A lo que prosiguió un intenso coloquio especulativo que concluyó, en globales términos, con la certeza absoluta de que si Salvador Alejandro César Nasralla Salum -candidato del grupo opositor- hubiera triunfado lo primero que hubiera hecho tras tomar el poder, máximo a seis meses de gobierno, era desconocer a Libre. Alguien presumió: “Se hubiera rodeado de empresarios y nombrado ministros de la embajada...”, para concluir otro a soto voz “si es que no nos persigue por socialistas”... El profesor Chema redactó punto final: “Las alianzas por intereses jamás son tan sólidas como las ideológicas”.
Cual millares más de fieles partidarios, cuando la dirigencia de Libre lo escogió para liderar la fórmula ejecutiva, o cuando aceptó la designación en la más cercana contienda electoral, se le dio absoluto apoyo, anidaba en él la esperanza. Al encontrarlo en reuniones sociales mi esposa e hija corrían felices a saludarlo. Ahora ocurre decepción pues es otra persona de la que conocimos y apreciamos, hoy siempre malhumorada y amarga, regurgitando los mismos fantasmas estigmáticos del tirano Pinochet (¡socialismo, comunismo, dictadura!) vueltos crónica vivencia psicótica; absolutamente inhábil para la negociación política pues es incapaz de aceptar la mitad de sus ambiciones y, lo que más asombra, inusitada e innecesariamente grosero y vulgar en sus expresiones a la primera dama del país, a quien debe el mínimo respeto, y a su asesor, a quienes tilda y nombra con brutales epítetos. ¿Quién es quien fue y ya no es... nosotros o él?
Tengo la percepción de que SN reside en atmósferas irreales que le engrosa la imaginación. Si es cierto que en inicio atrajo a innúmeros jóvenes, y que su pequeño partido contribuyó a forjar una imagen de unidad solidaria en contra de la dictadura (cosa que fue circunstancial y predeciblemente efímera) la perspectiva de que ingrese arrollador a la nueva arena política de 2026 es ingenua (ojalá lo recluten rojos y azules para que fracasen), pues el ciudadano denota con molestia (y risa) sus volubles cambios de opinión y decisión; se desprestigia día a día irreversiblemente, se la juega entre la seriedad de la democracia y la calzoneta de la vanidad, cosa de escasos frutos y, lo peor para mí, es actor (y víctima) infatigable de un síndrome trágico de lealtad, a lo mejor karma (¿sufre lo que él iba a hacer?) donde traiciona y lo traicionan, poda o le podan la cosecha, le es impedida la vendimia, que es decir la celebración del cultivo. Dentro de cierta línea histórica y personal se asemeja a Monchito Cruz y Rafael Pineda Ponce.
Ojalá recapacite, renuncie (no puede, su ego es abismal) o resida callado un rato meditando entre sanos asesores. Es honesto, ni duda, pero envuelto dentro de tantos huracanes y tornados de confusión y carencia ideológica que lo menos que uno puede rogar es que dios lo corrija para que no divague tirando sombrerazos y bajándose el canasto mañana a mañana cada ayer y hoy.