Al igual que usted, me cansé de esperar que me devolvieran ese lempira prestado a las carreras y jamás le creí a los amigos que me decían -mientras sufrían los excesos de la noche anterior- que nunca más beberían de nuevo. Igualmente me parece sensato creer que el aumento de los índices de natalidad puede explicarse por esa mentira que esgrimen los “machos catrachos” a sus inocentes conquistas y que no vale la pena repetir acá.
Aunque no puedo recordar cuándo escuché por vez primera de las famosas “tres mentiras del hondureño”, como muchos empecé a hablar de su infalibilidad como si se tratara de la ley de gravitación universal. Con el paso de los años, surgieron versiones actualizadas, como bien saben aquellos que han experimentado un sablazo de “préstamos sorpresa” con billetes de mayor denominación; de la misma manera, los vicios ya no se limitan al alcohol y se extienden a otras adicciones como el tabaco, los refrescos de cola, la comida chatarra y hasta el mismísimo (y adorable) pan dulce. Incluso, la tercera mentirilla arriba enunciada, a diferencia de las otras dos, ha ido perdiendo vigencia con el empoderamiento de las mujeres y una creciente toma de consciencia sobre la naturaleza poco confiable de un hombre con las hormonas a tope. Todo cambia y esas falacias locales que creímos inmutables no han resistido el paso del tiempo: la archiconocida lista se ha enriquecido con aportes de nuevas invenciones, ratificados con las anónimas reiteraciones de más de nueve millones de connacionales.
Hace tiempos me he percatado de la cantidad de invitaciones pendientes “para tomar un cafecito y platicar” que se han venido acumulando, así como de los ejemplares de libros prestados que jamás regresaron a sus anaqueles. ¿Y qué decir de las infaltables frases “espérame, ya voy a llegar” o “solo me voy a tardar un ratito”? ¿o de las horas de inicio en una invitación a un evento, que nunca se cumplen por inveterada impuntualidad?
Muchos comercios han hecho aportes al inventario de engaños, sin que aparezca autoridad capaz de detener ofertas fingidas, precios capciosos y promociones dudosas. Los políticos se han esmerado en sumar aportes al listado: ofrecen bajar lo que está en alto, subir lo que está abajo, desarrollar lo subdesarrollado, construir imposibles y olvidar selectivamente. ¿Y qué tal los profetas que embaucan con salvación y milagros a cambio de diezmos y coros?
El catálogo de embustes parece reinventado y adaptado a los nuevos tiempos y circunstancias, pero en esencia persiste aquel trío original. Por eso, cuando se le acerquen para las próximas elecciones recuerde: que las promesas, casi nunca retornan; que los viejos vicios es difícil dejarlos; y, mucho menos crea aquello de que “solo será la puntita” pues ya sabe lo que pasa al final.