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Aqua Tofana

Ninguna arma implica tanta premeditación como el veneno, atestigua un criminólogo. En Grecia la cicuta fue instrumento ejecutivo de pena capital, tósigo del Estado. En Roma era ventaja de emperadores. Europa renacentista ––Durero, Da Vinci, Cervantes–– imita a Italia de los Médici, expertos que esconden la pócima en perfumes y licor. “Compuestos letales como el Acqua di Toffana o el Acqua di Peruzzia son muy mortíferos”, llegando a utilizarlos incluso el reverendo papa asesino Alejandro IV.

Con preparados a base de arsénico blanco, en el s. XVII Giulia Toffana hizo célebre su agüita de Nápoles, con la que aseguran despachó a centenas de personas, mientras que Hyeronyma Spara se especializaba en proveer de ponzoña discreta a esposas de maridos incómodos, para convertirlas en felices viudas.

El Agua Tofana, igual llamada “Maná de San Nicola de Bari”, era insípida, inodora y transparente, ideal para el crimen perfecto, al grado de decirse que en su lecho de muerte (1791) Mozart aseguraba ser asesinado con ella. “Regulaba su efecto quien lo administraba, permitiéndole calcular el momento de deceso a una semana, un mes y hasta un año vista, ya que no dejaba trazos en el cuerpo de la víctima”. Se especula que unos 600 fulanos murieron bajo su efecto a manos de molestas esposas, inducidas por la cosmetóloga Giulia.

De Bonaparte informaron los clínicos que había fallecido por efectos de cáncer de estómago estando exiliado en isla Santa Elena. Pero estudios toxicológicos sobre su cabello exhiben un contenido de arsénico por encima de lo normal, administrado quizás en secreto por su asistente de cámara, el conde Montholon, contratado para ello por ingleses y francos.

Si el cianuro de sodio contacta al ácido clorhídrico de los jugos gástricos produce ácido cianhídrico, veneno rápido y letal pues quita la vida en 30 segundos. Huele semejante a almendras, por lo que cuando se planificó envenenar al monje ruso Rasputín (1916) le deslizaron cianuro en su hermoso pastel de almendras. Previo fue Felipe el Hermoso que a los 28 años cometió el error de enamorarse de Juana, hija de Felipe “Católico” de Aragón (España, 1507-1516), quien careció de empacho para administrarle, con fervor cristiano, un equivalente de camotillo a Pipe. Pero más interesante es el caso del pontífice Borgia (Alejandro IV), que con sus hijos Lucrecia y César pretendió emponzoñar al cardenal Cornetto y su vástago en un banquete. Excepto que los criados sirvieron la misma cena a todos y todos yacen hoy en averno de traidores.

Menos divertido y en cambio cruel es el episodio de los inficionadores de mentes que vician a la sociedad moderna: engañadores de la conciencia y la fe, del sueño que para los pueblos es el incandescente fuego de la justicia y la equidad, de la armonía y el amor, palabra que jamás pronuncia el predicador político. Veneno que cunde por la atmósfera vía televisiones de violencia, radioemisoras mediocres y nada constructivas, canales con pastores infectos en el hábito de la explotación económica, analistas que confunden en vez de orientar. Dolorosa condición de espíritu que sufre la Honduras de hoy, para lo que sin duda existe antídoto... Sólo que ¿tiene audacia el pueblo para aplicarlo o ya el tósigo lo idiotizó?