Desde la familia que es la célula fundamental de la sociedad, el diálogo es importante para mejorar la comunicación, la tolerancia hacia los demás y la posibilidad de admitir errores. Teóricamente, si el diálogo se impusiera en la solución de los conflictos tendríamos una sociedad de completa armonía. Lamentablemente, lo que estamos viendo en las familias, sociedad y en las relaciones internacionales es todo lo contrario.
Los jóvenes, que serán los nuevos líderes políticos donde se nutrirá eso que se le está llamando clase política, se están formando en una escuela donde el interés individual está por encima del interés colectivo. Todo se justifica en función de unos derechos humanos donde lo colectivo pierde importancia.
Recién ha finalizado el gobierno de Juan Orlando Hernández, un gobierno que se caracterizó por un mando vertical y centralizado. Estuvo ocho años en el poder y nunca tomó en cuenta ni a la organización política que lo llevó a gobernar, se acostumbró al método de ordeno y mando. Anuló la participación de las organizaciones sociales y la dirección colegiada de las organizaciones políticas, con eso intentaba destruir toda oposición. Le fue más fácil ponerse de acuerdo con personas en vez de hacerlo con organizaciones. Llama la atención que ni los que hoy reclaman diálogo en el país o quienes lo hacen desde la comunidad internacional demandaron diálogo al dictador, guardaron silencio cómplice ante sus abusos. Ahora se asustan de que la nueva mandataria Xiomara Castro proclame la consulta popular para gobernar.
Un coro de exigencias acerca del diálogo se ha levantado en la comunidad internacional y nacional. Nos están dando lecciones de diálogo sin que ellos estén haciendo lo mismo en sus países. Se está cumpliendo aquello de que “hagan lo que yo digo, no lo que yo hago”. Estados Unidos debería dialogar sobre el tema migratorio en el seno de las Naciones Unidas con las autoridades cubanas para evitar ese bloqueo injusto sobre la isla, con Rusia sobre el tema de Ucrania. Algo más, Biden debería establecer un diálogo con Trump sobre el tema relacionado con el asalto al Capitolio, asunto que puso, en muchos años, en peligro la seguridad de la nación.
El problema del diálogo en Honduras, en las actuales circunstancias, es que no se sabe con quién dialogar, si con las cabezas visibles del conflicto o con quienes están detrás de ellos. Cada día aparecen más evidencias de que hay fuerzas ocultas todopoderosas que son las que están moviendo los hilos de la conflictividad. En la práctica, se busca mantener intacta la estructura organizativa que investiga, judicializa y condena los delitos de corrupción.
La frase lapidaria sobre el tema del diálogo la ha fijado el padre Juan Ángel López, quien define así este tema: “La diferencia entre dialogar y negociar no es semántica. ¡Es ética! Dialogar es saber escuchar para encontrar soluciones que beneficien a todos. Negociar es sacarle provecho a una crisis de manera parcial y egoísta”. Con lo anterior se puede decir que, en Honduras, son pocos los diálogos que se han dado en materia política, han sido más negociaciones de reparto del poder.
Los jóvenes, que serán los nuevos líderes políticos donde se nutrirá eso que se le está llamando clase política, se están formando en una escuela donde el interés individual está por encima del interés colectivo. Todo se justifica en función de unos derechos humanos donde lo colectivo pierde importancia.
Recién ha finalizado el gobierno de Juan Orlando Hernández, un gobierno que se caracterizó por un mando vertical y centralizado. Estuvo ocho años en el poder y nunca tomó en cuenta ni a la organización política que lo llevó a gobernar, se acostumbró al método de ordeno y mando. Anuló la participación de las organizaciones sociales y la dirección colegiada de las organizaciones políticas, con eso intentaba destruir toda oposición. Le fue más fácil ponerse de acuerdo con personas en vez de hacerlo con organizaciones. Llama la atención que ni los que hoy reclaman diálogo en el país o quienes lo hacen desde la comunidad internacional demandaron diálogo al dictador, guardaron silencio cómplice ante sus abusos. Ahora se asustan de que la nueva mandataria Xiomara Castro proclame la consulta popular para gobernar.
Un coro de exigencias acerca del diálogo se ha levantado en la comunidad internacional y nacional. Nos están dando lecciones de diálogo sin que ellos estén haciendo lo mismo en sus países. Se está cumpliendo aquello de que “hagan lo que yo digo, no lo que yo hago”. Estados Unidos debería dialogar sobre el tema migratorio en el seno de las Naciones Unidas con las autoridades cubanas para evitar ese bloqueo injusto sobre la isla, con Rusia sobre el tema de Ucrania. Algo más, Biden debería establecer un diálogo con Trump sobre el tema relacionado con el asalto al Capitolio, asunto que puso, en muchos años, en peligro la seguridad de la nación.
El problema del diálogo en Honduras, en las actuales circunstancias, es que no se sabe con quién dialogar, si con las cabezas visibles del conflicto o con quienes están detrás de ellos. Cada día aparecen más evidencias de que hay fuerzas ocultas todopoderosas que son las que están moviendo los hilos de la conflictividad. En la práctica, se busca mantener intacta la estructura organizativa que investiga, judicializa y condena los delitos de corrupción.
La frase lapidaria sobre el tema del diálogo la ha fijado el padre Juan Ángel López, quien define así este tema: “La diferencia entre dialogar y negociar no es semántica. ¡Es ética! Dialogar es saber escuchar para encontrar soluciones que beneficien a todos. Negociar es sacarle provecho a una crisis de manera parcial y egoísta”. Con lo anterior se puede decir que, en Honduras, son pocos los diálogos que se han dado en materia política, han sido más negociaciones de reparto del poder.