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Al futuro

Cuánto deseara el humano leer el porvenir, su obsesión, para la que ha inventado, por centurias, mancias o artes maravillosas supuestamente capaces de ingresar al estadio mítico que es mañana y que inevitable llegará, entre ellas austromancia e hidromancia, que adivinan por aire y agua, respectivamente; cafetomancia y piromancia (fuego), geo y cristalomancia (tierra y piedras preciosas), quiromancia (líneas de la mano), astrología (por medio del éter) y otras que suman catálogo: cartomancia, ovomancia, bibliomancia, botanomancia y en particular la onírica (por sueños) y el augurio (según vuelan las aves). Ninguna adquiere, obvio, carácter científico sino de videncia y clarividencia. Madame Blavatsky fue en el siglo XIX impulsora de tales búsquedas de conocimiento.

Teósofo sumo fue un francés oriundo de Provenza (1503-1566), bautizado Michel de Nôtre Dame (Nostradamus), cuya existencia es fabuloso misterio del arte de percepción del futuro. Su libro “Profecías” relata en cuartetas oscuras, que ocupan ser interpretadas, cuanto acontecerá en el orbe ¡hasta nuestros días!… Cuando el derribo de las torres gemelas en Nueva York (2001, gran incógnita) varios y serios ocultistas insistieron en que, además de sus predicciones sobre Pasteur, Bonaparte, la guerra mundial primera, el ascenso de Hitler y el asesinato del papa Juan Pablo I, el exquisito adivinador anunció el ataque al World Trade Center. Urge leerlo para averiguar si por accidente emana de sus versos el aciago destino de una pequeña república centroamericana que parece merecer todos los males y violencias acumuladas, incluyendo las de la tiranía y del modelo más infame, en América, de la corrupción, que provoca a sus ciudadanos inédita y angustiosa vergüenza.

Para entonces, y conforme Aristóteles, la astrología (que de zodiacal devendrá en astronomía) no es sino la armonía entre cuerpos celestes (“música de las estrellas”) a similitud de la constitución del cuerpo humano, ya que los astros (luminarias) no se integran con materia inerte sino con vida, siendo susceptibles al amor y el odio. Los planetas influyen, así, en el carácter de la persona, haciendo Saturno a los melancólicos, Marte al guerrero y Venus al lascivo (le lubrique) entre otros. Hasta que el Renacimiento redactó la escritura de la vida en matemáticas y abogó por la ciencia (Leonardo, Moro, Galileo, Erasmo, Durero, Servet quemado por la Inquisición), tránsito que alcanzó un grado más cuando la Ilustración o Iluminismo del siglo XVIII y figuras como Voltaire, Rousseau, Diderot dejaron de adivinar y se anclaron al método científico para siempre. Método que por cierto rara vez emplea la educación hondureña, repetitiva y memorística en su accionar.

Nosotros residimos aún en el ciclo de la civilización presuntiva, augural y profética, y pasamos auscultando qué acontecerá en el país. Dado que las instituciones públicas fueron viciadas y prostituidas y que la confianza marca cero en el sociómetro de la representatividad democrática, casi rogamos al sol, prosternados día a día, nos confíe su verdad y responda una de dos interrogaciones: si los narcos van a proseguir gobernando o si agarraremos valor alguna vez para tumbarlos, Nostradamus amén.

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