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Es man astuto, adicional a que lo rodean los pícaros más pícaros de la picaresca mundial. Con la apertura de una extensión honorífica en Jerusalén ––que no es traslado de la representación diplomática hondureña de Tel Aviv a esa urbe–– piensa que tumba dos pájaros políticos: en tanto que satisface la persistente solicitud del lobby israelita, y en particular de la oscura secta de Mike Pompeo, ministro evangélico, fundamentalista, ultra conservador y judaico del gobierno Trump, espera igual reducir la crítica mundial a su conducta, que será internacional, dejando la sede patria en el primario sitio, como prescribe ONU desde hace décadas.

Esa no es, empero, la carambola. Si el lúdico lector recuerda, el famoso y hábil lance de billar consiste en que la blanca o bola personal golpea y mueve en la dirección deseada a otras dos, empujándolas a la buchaca o hacia una posición que favorece su siguiente tiro de lanzador. De ese modo, el billarista prosigue haciendo uso del derecho a tirar, hasta que agota el número de bolas sobre la mesa y gana. Es a la vez dominio musculatorio y cerebral, práctica de estrategia, cálculo, perfecta vista y pulso absolutamente sereno y manipulador. En los certámenes mundiales de billar, el premio asciende a millones de dólares.

Igual para Juancito, quien sabiendo que es inevitable, absolutamente inevitable que la fiscalía norteamericana deje de involucrarlo, responsabilizarlo y criminalizarlo dentro del expediente de su hermanito narco, sobre quien diluvian más pruebas de delito que lluvias sobre el arca de Noé, y reconociendo que por mucho que coquetee con el establishment gubernamental yanqui ––Pentágono, Comando Sur, Departamento de Estado–– si hay algo que casi nada puede variar o modificar es la progresiva ruta del sistema judicial estadounidense rumbo a sus objetivos, lo único que le queda es encontrar un espacio en el mundo ––país, tribu, cueva, refugio, clandestinidad–– donde esconderse una vez reviente el escándalo. Israel y Honduras carecen de tratado de extradición, pues aquel país protege esmeradamente a sus criminales por crímenes de lesa humanidad, que son muchos, y jamás consentirá que los exhiban en tribunales ajenos.

De allí sus ahora continuos viajes a la meca washingtoniana del capitalismo. Sabe que el fin se acerca, octubre está a la vuelta de esquina, cuando la transparencia doctrinal fuerce al juez del distrito sur de Nueva York a aprobar que los acusadores develen la documentalia completa con que cuentan para sustentar su caso y en la cual, nadie duda, aparecerán el presidente de nuestra sufrida república y todos sus ministros ––particularmente de Seguridad y Defensa–– cual cómplices de lo que todos sabemos y nadie duda que va a ser. Y aunque no aparecieran, sólo el hecho de que por doce años bajo sus narices un privilegiado fulano trasegara millares de cargas de droga ilícitamente al norte, los hace servidores y culpables del crimen. A pesar de ser estúpidos ––por no limitar sus ambiciones y creer que es eterna la impunidad––valdrá cero que aleguen estupidez. Excepto para gentes de mentalidad retrógrada, cuanto va a pasar pronto no es sólo justo sino misericordia de cierto dios que este pueblo cree ha sido más que injusto con su nación.

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