Acaba de concluir en Santiago de Chile la Primera Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y de la Unión Europea (UE).
Desde una apreciación histórica se puede concluir que la Celac es la culminación de un proceso en el cual dos visiones de integración han disputado preeminencia en la región: el panamericanismo atribuido a la política exterior del presidente de Estados Unidos, James Monroe con su Doctrina Monroe, “América para los americanos”; y el Latinoamericanismo atribuido a los venezolanos Francisco de Miranda y Simón Bolívar, quien en 1826 convocó al Congreso Anfictiónico de Panamá en procura de crear una unión o confederación de los países independientes que habían pertenecido a los virreinatos hispanoamericanos.
La posición que se impuso fue la del Panamericanismo y así surgió la Organización de Estados Americanos (OEA) con sede en Washington y bajo la égida del Departamento de Estado. Sin embargo, la relación de poder que reflejó la OEA está cambiando. Ello, aunado a los legados históricos y culturales disímiles de los dos principales bloques geográficos del continente: Norte y Suramérica, así como el surgimiento de movimientos populares y nacionalistas, que desde hace ya varias décadas han venido socavando la premisa del Panamericanismo, enfatizando lo que hace diferente al norte del sur y relanzando al Latinoamericanismo, ante la indiferencia de Washington hacia la región, como la megatendencia regional dominante.
Es en los países del Cono Sur donde tradicionalmente esta visión había cobrado mayor fuerza. El Presidente Chávez supo canalizar esas aspiraciones y las orientó hasta culminar con la fundación de la Celac en Caracas en el 2011 con la participación de 33 países de Latinoamérica y el Caribe, incluido Honduras.
La reunión reciente de la Celac en Chile se aprovechó, para antes de la misma, reunir al grupo con los líderes de los países de la Unión Europea, mostrando así la intención de convertirlo en la institución que represente a sus países miembros en sus relaciones con otras regiones del mundo y eventualmente ante el mismo Estados Unidos.
El futuro político de la OEA es incierto y quizás se vea limitado a temas específicos de interés interamericano. Originalmente, esa ruptura geopolítica en el continente visualizaba a Colombia y Perú como frontera; sin embargo, ningún país Latinoamericano quiso quedar afuera. La frontera saltó así hasta el Río Grande o Bravo entre México y Estados Unidos.
De la cumbre de Santiago es rescatable, como de interés especial para nuestro país, la declaración de mantener un clima favorable a los inversores y de promover el comercio y la inversión privada. Asimismo, los reportes de reuniones del presidente Lobo con inversionistas para que inviertan en el país asegurando que existen las garantías adecuadas.
Los países compiten por atraer inversiones para acelerar su crecimiento económico y mejorar sus indicadores sociales. Todos reconocen que la seguridad jurídica es un prerrequisito para atraer inversiones, especialmente las no especulativas. Por ello extraña en suma la forma que se ha permitido el debilitamiento de la seguridad jurídica al permitir invasiones a la propiedad privada y privilegiar el mecanismo de la negociación sobre la aplicación de la ley, así como la intempestiva destitución de magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Ambas circunstancias no coadyuvan a crear un clima favorable a la inversión nacional y extranjera que tanto necesita el país, independientemente de lo que se afirme en la Celac.