Cartas al editor

Son los personajes que siempre aparecen con la misma vestimenta: el albañil, el carpintero, el que trabaja la mecánica, su estereotipada imagen lucha continuamente en la crueldad de la actualidad, quiero decir, es un estímulo práctico que provoca relatos culturales y del mismo entorno.

Son de esa generación que no se deja imponer consignas sociales. Ellos no distinguen entre vida social, religiosa o política, y así sus grandiosas vidas de hombres y mujeres de barrio cumplen entre tanta venalidad una función muy importante para socialización del individuo: facilitan la identidad social, la conciencia de pertenecer a un grupo social, ya que el aceptar e identificarse con los estereotipos dominantes en dicho grupos es una manera de permanecer integrado.

Las personas y con los grupos: los etiquetamos, los agrupamos en tipos, les asignamos características uniformes y acabamos aceptando, y creyendo, que cada uno de los individuos ha de entrar en alguna de las categorías sociales o grupos en los que reconocemos, de manera compartida por un gran número de personas, que poseen un conjunto de atributos que le convienen a ese individuo.

Así, aunque no sepamos nada de un individuo, si lo reconocemos como integrante de un grupo, le aplicamos entonces el conocimiento previo del que disponemos sobre dicho grupo. Los estereotipos no son, en definitiva, más que fieles reflejos de una cultura y una historia y como tales van a nacer y mantenerse.

En el contexto que nos ocupa, el término estereotipo es el conjunto de creencias mantenidas por un individuo en relación con un grupo social.

Atendiendo a los puntos de desacuerdo más frecuentes con esta definición, destaca ver los estereotipos como algo negativo o erróneo, si debe incluir en la definición el carácter compartido, características o rasgos que se incluyen en el individuo en relación con un grupo social.