Opinión

Al borde de la cornisa

Famosos actores cómicos del cine silente en blanco y negro regalaron para la posteridad divertidísimas y arriesgadas escenas de huidas y persecuciones en cornisas de altos edificios –a veces en obras– y precipicios helados, que nuestros abuelos vieron en enormes salas acompañadas de música de piano. Hoy, gracias a la maravilla de la televisión y últimamente del Internet, podemos disfrutarlas en la comodidad de nuestro hogar.

Harold Lloyd, Buster Keaton, Charles Chaplin, entre otros, personificaron (casi siempre sin dobles) piruetas que dejaban sin aliento a los espectadores, que reían primero nerviosos y luego explotaban en carcajadas, liberados de la tensión que habían creado los talentosos actores con impresionantes despliegues de esfuerzo físico y gestos histriónicos.

La imagen bufa se me ha venido a la mente cuando pienso en la actual situación del país. Frecuentemente, algunos de los más conocidos caricaturistas de los medios de comunicación nacionales, presentan al hondureño y hondureña promedio (el “Juan o Juana Pueblo”) viviendo al borde de una peligrosa barranca, similar a las que habitan miles de pobladores en nuestras ciudades, expuestas a deslaves, sin servicios públicos básicos y de difícil acceso.

Los personajes de las caricaturas sobreviven y sortean “su vida en la cornisa” alimentándose de buen humor, fútbol (moderno opiáceo) y elástica agilidad anímica –tal y como lo harían aquellos personajes cinematográficos y otros más modernos. De igual manera, en el celuloide, guionistas, editores y directores construyen, cortan y orientan las historias con suspense suficiente y giros sorpresivos para que los protagonistas salgan bien librados y con final feliz

En la vida de todos los días de la gente, de pie y sobre esa angosta cornisa y a decenas de metros de altura del suelo, con fuertes vientos azotando el cuerpo, sin cables ni redes de seguridad, lanzarse al vacío parece inevitable.

Así demuestran las altas tasas de suicidio que registran las entidades que últimamente se dedican a llevarle las cuentas a la santa muerte; igual puede decirse de las estadísticas de la diáspora hacia cualquier lugar del Hemisferio Norte, pues morir en el intento de llegar allá es preferible a hacerlo en la calle de enfrente de la casa, cualquier noche de viernes a domingo.

Admirablemente y a pesar de todo, hay quienes –sin opción– caminan por la saliente, sin importarles el riesgo. Hacen equilibrios, desafían elementos y pánico, aprenden a enfrentar su vértigo y vencen ese miedo atávico que produce el carecer de alas. Con la confianza ganada, sonríen, se atreven a dar pasos más largos y, finalmente, poniendo al “mal tiempo, buena cara”, hacen una y mil piruetas, con despliegues de esfuerzo físico y gestos histriónicos.

No hay otra manera de sobrevivir en la cornisa. Solo se puede hacer como aquellos actores de antes. Mire bien a la gente a su alrededor y verá que es cierto…

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