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Primer paciente de covid-19: “Ya no hago mi vida normal porque temo por mi vida, la gente solo dice caso cero”

24.03.2022
La familia de Martha lleva dos años tratando de resistir a la discriminación y, como efecto, el desempleo. En una semana buena sobreviven con 2,200 lempiras, pero hay días en los que no alcanza para nada

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- —¡Buenos días! ¿Se encuentra Alejandro?

—No, no está.

—¿Y la esposa?

—Tampoco, se fueron a España a traer más virus.

Doña María fue contundente con su respuesta. No titubeó, tomó la escoba y siguió barriendo el porch de la casa.

Alejandro nos dijo que viniéramos hoy, que nos atendería.

La mujer, de tes trigueña y ojos pronunciados, contestó en voz baja sin dar oportunidad de escuchar. Caminó lo más rápido que la hernia que afecta su entrepierna le permitió hasta que subió las gradas que llevan al segundo nivel de la casa, donde se encontraba su hija, la mal llamada “paciente cero”, a quien identificamos como Martha.

No tardó mucho. Todavía con la escoba en la mano abrió el portón, pidió disculpas por sus palabras e invitó al equipo de EL HERALDO a pasar a su “humilde” vivienda, ubicada en la populosa colonia Abraham Lincoln, la zona cero del covid-19.

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“Disculpen el desorden”, dijo, mientras colocaba un cojín en uno de los muebles.

En los siguientes cinco minutos no dejó de hablar en ningún momento: pidió disculpas por la rudeza con que atendió el llamado en la puerta, recordó que desde aquel 11 de marzo de 2020 la vida de su familia no es igual y lamentó que todavía son víctimas de discriminación.

Sus palabras eran un trago de temor, dolor y resentimiento, pues en dos años de pandemia ha cargado con señalamientos de engendrar a la mujer que trajo el covid-19 a Honduras.

El teléfono sonó repentinamente, se movió hasta el fondo de la sala donde la luz del sol apenas entraba y, sin más que decir, pidió permiso para contestar la llamada.

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“Ya vendrá mi hija”, mencionó. Apenas pasaron unos segundos cuando la silueta de una mujer se reflejó en la puerta. Usaba una camisa blanca de Honduras y unas mallas negras hasta la rodilla. Saludó y se sentó en el mueble que estaba al costado derecho de la entrada de la habitación. La oscuridad apenas dejaba ver un lunar que sobresalía en la tibia izquierda, un poco abajo de la rodilla.

Su voz sonaba temerosa, quizá por la inseguridad que provocaron decenas de comentarios negativos que la llevaron a ser conocida como la mujer de 42 años que vino un 4 de marzo desde España en estado de gestación y portando un virus tan letal como las palabras de quienes todavía la discriminan y culpan por la muerte de miles de hondureños. “Si traje o no traje el covid no merecía que me trataran así”, lamentó.

Las palabras eran como ráfagas que golpeaban la conciencia, pues ser la paciente cero era una cosa, pero cargar con el estigma social era otra. Todavía resiste a eso.

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Ya pasaron dos años desde aquel 11 de marzo de 2020, pero su vida se ha quedado estancada: casi no sale de la casa, no ha encontrado trabajo pese a que es licenciada en Pedagogía y su hijo, aquel pequeño de dos años a quien maliciosamente llaman “covito”, reciente en su cuerpo —de forma inconsciente— los insultos, amenazas y discriminación de la que es víctima su familia.

“Ya no hago mi vida normal porque temo por mi vida, porque la gente solo dice caso cero”, comentó, mientras el pequeño entraba con su hermana mayor por la puerta.

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Martha comparte casa con su mamá, una sobrina, su esposo y tres hijos. Moisés, el hijo más pequeño, recién cumplió dos años. El niño nació cuando su madre estaba hospitalizada en el San Felipe

Sin trabajo, sin ingresos

El pequeño Moisés prácticamente no habla, cuando quiere algo solo dice “coco”, tiene un problema en sus ojitos que Martha describió como estrabismo y ni siquiera se sabe si su peso, estatura o evolución es acorde con la de un niño de dos años.

A su corta edad solo conoce los pediatras que lo atendieron en el Hospital María, donde fue llevado tras nacer en el San Felipe. Cuando se enferma Martha lo lleva a una clínica, de esas que son famosas en colonias marginales por acoplarse al corto presupuesto de sus habitantes.

Todo el mundo opina del niño: “Que debió llamarse covid Alejandro”, que es el vástago de “la mujer que trajo el virus a Honduras” o que a su corta edad es víctima de discriminación, cuando el pequeño ni siquiera conoce esa palabra.

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Verlo caminar es un milagro, pues nadie se imaginaba que aquel “sietillo”, como se le conoce a los niños nacidos a los siete meses, nacería de una mujer infectada de covid sin contagiarlo, o peor aún, que aguantaría 20 días hospitalizados sin probar una gota de leche materna, por eso y, por la falta de dinero, su mamá aún no lo desteta.

“En estos dos años nadie ha sabido si el niño come, si tiene leche o si necesita medicinas. El niño ha crecido por pura fe en Dios”, comentó doña María con voz pausada.

Moisés vive en una casa donde hace dos años el dinero no alcanza para atender más que lo básico, pues comparte techo con otras seis personas donde el ingreso semanal apenas es de 2,200 lempiras, con los 200 que —con suerte— saca doña María del molino que la obligaron a cerrar por medio año. Incluso, a estas alturas muchos de sus clientes se fueron por temor a contagiarse, otros llegan bastante huraños.

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La numerosa familia sobrevive del trabajo artesanal que realiza Alejandro, esposo de Martha, en una tienda que trabaja con cuero, pero “hay días buenos y días malos”.

“(Trabajo) aquí ya días, solo que con la pandemia no es lo mismo, costó que abrieran. Trabajo aquí hace 16 años”, contó Alejandro, al recordar que estuvo todo el 2020 y parte del 2021 sin tener un ingreso fijo. ¿Cómo le hacían?, preguntó el equipo de EL HERALDO. “Pura fe. Dios no desampara a nadie”, contestó.

La respuesta era una puerta a la espiritualidad, pero escondía una tras otra situación que —quizá— Alejandro no quiso mencionar, pues es difícil describir que su esposa, siendo licenciada, no tiene empleo; que su hija, de 26 años, fue suspendida por tres meses y, posteriormente, despedida luego de que se conoció la noticia de que Martha era la primera infectada por covid-19. Desde entonces no ha laborado más.

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En el caso de su segundo vástago, de 23 años, trabaja de vez en cuando con un primo en una mueblería, mientras que su suegra, doña María, sigue sumida en una depresión que le dejó la situación de la única hija con quien comparte casa. El que su trabajo (atender el molino) siga sin tener la clientela de antes tampoco ayuda en mucho, pero por lo menos “me da para comprar botellones de agua”, dijo, mientras los señalaba. La señora apenas come porque su cuerpo no le exige alimento, tiene una lista de exámenes médicos por hacerse y, según dijo, debe operarse de una hernia.

“Lo que más no ha marcado es que aún hay mucha gente que hace comentarios de nosotros, eso de que mi mamá no se ha podido recuperar de esa depresión y que no hemos tenido trabajo”, lamentó Martha dejando entrever que con la pandemia a la gente “le da miedo” contratarlos, como si dos años después el virus siguiera viviendo en su cuerpo.

Su anhelo es poder tener un negocio propio, como una pastelería, un puesto de licuados o apoyar el oficio de su esposo, pero “el show mediático que realizó el gobierno”, según dijo, todavía les deja secuelas que se reflejan en el desamparo, olvido y discriminación, incluso por parte de las autoridades.

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Martha guardó silencio unos segundo, mientras el pequeño Moisés, sentado en sus piernas, succionaba leche de su mama izquierda.

—¿Cree que esta situación afectará emocionalmente a Moisés?

—Si se sigue con los estigmas de la gente, puede que le marque; tenemos que concientizarlo de todo lo que pasó.

El pequeño Moisés no entendía nada de lo que su mamá decía, mientras lo abrazaba para que siguiera succionando leche de su pecho. A sus dos años ha vivido más de lo que un adulto soporta, pero su inocencia solo lo hace pensar en divertirse. La peor parte es para sus padres, quienes al igual que Guido en la película “La vida es bella”, le entregan una sonrisa, aunque en el fondo escondan lo que en realidad viven.

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El 11 de marzo de 2020 las autoridades dijeron que Martha era la primera infectada por covid. Dos años después, el estigma persiste.