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En el cordón del olvido de Francisco Morazán: “Migrar nos sacará de la pobreza”

El departamento de la capital hondureña muestra contrastes profundos: mientras alberga la zona más próspera del país, Tegucigalpa, el resto de municipios decrecieron en su índice de desarrollo en los últimos cinco años
16.08.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Y mientras en la capital sus habitantes viven en un entorno de mejores condiciones, los olvidados, que no están tan lejos de esta urbe, tienen que resignarse a vivir en miseria.

La gran mayoría ni siquiera sabe en qué municipios habitan, olvidados como ellos, ni mucho menos lo que padecen diariamente debido al abandono.

Y no se define únicamente por la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos. También se evidencia en el acceso a agua potable, electricidad, saneamiento, educación, salud y otros servicios básicos.

Por ejemplo, el primer indicio del olvido de estos municipios fueron los caminos de tierra (desérticos en verano y lodosos en invierno) que tuvimos que cruzar, en donde un mal cálculo del conductor puede hacer perder el control del vehículo.

Y al llegar al lugar, el panorama es aún más desesperanzador: los pobres comen de vez en cuando porque no tienen ingresos; los pobres viven en covachas improvisadas; los pobres se las ingenian para sanar sus dolencias sin medicamentos; los pobres difícilmente pueden estudiar porque ni ellos ni los escasos centros educativos tienen condiciones; los pobres no pueden cultivar porque insumos no pueden comprar.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus visitó Curarén, Maraita, El Porvenir, Nueva Armenia, Cedros y Lepaterique, municipios de Francisco Morazán que permanecen en el olvido producto de la indiferencia de los gobiernos.

Un análisis de este rotativo al último informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) muestra que estos municipios decrecieron en su calidad de vida entre 2014 y 2019 (la fecha de los estudios).

Este equipo tuvo de frente la pobreza, interactuó con las personas más miserables de algunos municipios de Francisco Morazán, que en los últimos años descendieron en sus índices de desarrollo humano.

En la prisión de la lipidia

Constantemente tiene que humedecer su nuca porque el abrasador sol de Curarén, ubicado a unos 92 kilómetros al sur de Tegucigalpa, le quema la piel mientras lava sus únicos tres platos en un fregadero que no es más que un hoyo en la tierra cubierto por plástico.

Hincada, la sexagenaria Adriana Flores no puede descuidarse: vigila a su nieta de dos meses que permanece acostada encima de una hedionda cobija que impide que piel esté en contacto directo con la tierra. Y también espanta las decenas de moscas zumbadoras que salen del agujero de al menos medio metro de profundidad que tiene por sanitario.

Pero no son esas las únicas aflicciones de Adriana: el olor a pupú que permanece en su casa y en su patio le han permitido adquirir una inmunidad contra lo fétido.

Una vez que ha terminado con sus quehaceres, levanta a su nieta, la sostiene y la observa con amor, como si no fuese pobre, como si todas sus penurias estuviesen resueltas, como si su vida fuese distinta, como si tuviera el estómago lleno.

Y mientras sus ojos están prendidos del rostro de la trigueña Jimena, su otro descendiente, Carlos, de cinco años, le pide comida, un premio que le prometió si terminaba sus tareas en su único cuaderno que tiene color tierra en sus páginas.

Y es ese el momento desgarrador para quien no ha padecido de pobreza, para quien desconoce la situación, para quien lo ha tenido todo, pero cotidiano para los miserables olvidados.

Una tortilla, una pasada de manteca vegetal encima y un poco de sal espolvoreada fue el almuerzo de Carlos, que no es necesario que diga que tiene hambre para saber que es extremadamente pobre porque su cara sucia, sus ropas rasgadas, sus pies cubiertos de lodo seco y su olor a orines lo delatan.

Y claro, su abuela no dice directamente que no tiene ni un lempira, solo basta con escucharla decir que la última vez que comió pollo fue en octubre del año pasado porque a su hija María, la mamá de Carlos y Jimena, quien trabaja vendiendo rosquillas en Sabanagrande, le regalaron una libra.

Comen nada más que frijoles cuando pueden, porque cuando no hay nada más que ganas de seguir viviendo solo tienen como opción soportar y escuchar cuando el estómago está vacío, algo que es conocido como borborigmo, provocado porque el intestino está estrujando aire para arriba y para abajo.

Y es que matemáticamente es imposible que puedan comer: su hija, de 27 años, solo gana 2,500 lempiras mensuales y a veces más del 50% del salario lo utiliza en el pago del transporte que la conduce a su empleo.

Lo que queda solo ajusta para leche de Jimena y para comprar los frijoles y arroz, que en los últimos meses han dejado de estar en la mesa de miles de hondureño por sus altos precios de adquisición.

Adriana, una espigada mujer, que en un simple vistazo demuestra que escasamente se peina, vive, pese a la pobreza extrema, en completa tranquilidad, aunque no sabe si en algún día cercano o lejano su situación puede cambiar.

La condena a la miseria por falta de un ingreso, que la margina de agua potable o de comer todos los días, podría ser remediada para ella y sus nietos si María logra obtener al menos unos 150,000 lempiras para poder irse a Estados Unidos de manera ilegal.

Pero no tienen a nadie, ni hermanos, ni tíos, ni primos ni amigos que le presten el dinero para emprender una ruta mortal, tanto para los más pudientes como para los más pobres.

“Es la única opción que se tiene para intentar darle un mejor estilo de vida a sus hijos”, dice Adriana, mientras prende el fogón (para calentar la leche a Jimena) que parecía que desde hace días no se encendía.

Adriana, que tiene que dedicarse a seguir cuidando a Jimena y Carlos, que mezcla tierra con agua para hacer una especie de témpera y pintar en su cuaderno, se despide de la Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus quizá cohibida por la presencia de dos extraños que al final solo observaron sus penurias.

Situación

La pobreza en Honduras parece que desapareció al dar un obligado paso de retroceso al bajo desarrollo en ciertos municipios de Francisco Morazán y, aunque no es una novedad, sin duda que las condiciones de las mayorías son de desilusión.

La Unidad Investiga de EL HERALDO Plus conoció las entrañas del subdesarrollo, en los seis municipios antes descritos, en donde es evidente que descendieron los índices de desarrollo humano, con gente sin comida porque los ingresos son insuficientes.

Las cifras del informe de Desarrollo Humano 2022 del PNUD analizadas por este equipo muestran una situación desilusionante en los seis municipios que se visitaron.

Por ejemplo, pese a que solamente son 92 kilómetros los que separan a los municipios del Distrito Central de Curarén, la desigualdad marca una barrera casi impenetrable.

Curarén, del Índice de Desarrollo Humano (IDH) de 2014 a 2019, pasó en el ranquin de estar en el puesto 273 a 284, manteniéndose en una categoría de “Bajo”.

Y esa situación también se ve reflejada en el ingreso estimado per cápita: para 2014 cada habitante vivía mensualmente con 1,867 lempiras, mientras que en 2019 sufrió una reducción de 1,716 lempiras.

Una situación parecida tiene Lepaterique (que está a unos 40 kilómetros de Tegucigalpa) que se ubica en el puesto 178, en 2014, y pasó al 221, en 2019, del ranquin del IDH, con la categoría de “Bajo”.

En esa región, destacada por ser productora de verduras y frutas, paradójicamente sus pobladores vivían al mes con 2,651 lempiras en 2014 y 2,266 en 2019.

En cambio, Nueva Armenia, que está a 47 kilómetros al sur de esta capital, es el municipio mejor posicionado de los 6 que visitó EL HERALDO Plus, pese a que cayó en el listado.

Su categoría es de “Medio”, con una posición de 92, en 2014 y 157, en 2019. El ingreso estimado per cápita es de mensual es de 3,098 lempiras por habitantes en 2014, y 2,495 lempiras en 2019.

¿Qué se puede hacer para aliviar la desigualdad? “Que los liderazgos de cada municipio sean efectivos, que el gobierno haga su parte, pero también que cada ciudadano contribuya en los que tiene que hacer”, dijo Sergio Arturo Membreño Cedillo, coordinador del Informe de desarrollo humano de 2022, del PNUD.

“Más allá de las acciones a ejecutar debe de haber una opinión generalizada de esperanza, de que Honduras se puede levantar, aunque debemos saber que no es un cambio de la noche a la mañana”, comentó.

Para Membreño Cedillo, eliminar el caudillismo, aplicar la meritocracia y el uso de la transparencia y rendición de cuentas de los gobiernos son elementos que permitirán que, en Honduras, la desigualdad desaparezca entre ricos y pobres.