Siempre

Arroz y frijoles y cachimbeadas en la escuela vocacional del general Carías

La Escuela Vocacional Técnico Militar “Marcos Carías Reyes” estaba en el interior de la Penitenciaría Central. Los domingos había baile y sopa de mondongo

14.09.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS. - Como un tenor antes de la ópera, don Mario Hernán Ramírez afina la garganta. Con una sonrisa me deja claro que está de buen ánimo para hablar largo y tendido. No son cuerdas vocales las que tiene, sino un cañón antiaéreo.

Con un chasquido de la imaginación, desaparece el hombre de lentes gruesos, pelo gris y porte elegante, y ahora, en uno de los sillones de su casa está sentado él, pero de niño, de doce años, uniforme militar, birrete, zapatos lustrados.

Estamos en 1946. En el interior de la Penitenciaría Nacional funciona la Escuela Vocacional Técnico Militar “Marcos Carías Reyes”, a donde ha llegado Marito de la mano de su madre. Aquí van a dar todos los cipotes mal portados de Tegucigalpa y de otros lados del país.

“Es lo mejor para usted, mijo… Dejará de andar en la calle y se formará como una persona de bien”, escuchará antes de comenzar una etapa que, setenta y cinco años más tarde, aún le provoca escalofríos.

–Yo era un vago. Me escapaba de la escuela para irme a bañar a las pozas del río Choluteca. Así que mi santa madre tomó la mejor decisión y me metió en la correccional, recuerda don Mario Hernán.

–Sí, fue acertado. Allí me enderezaron. En aquellos años, hasta una mala mirada en el aula era severamente castigada por los maestros –le responde Marito el de doce años.

–Ni lo quiera Dios. Eran unas cachimbeadas terribles. Dependiendo de la falta, le caían doscientas culucas con los brazos en alto sosteniendo un fusil. O si no, latigazos en la espalda o lo mandaban a la galera, un cuartito oscuro en el que uno pasaba horas y horas de pie –relata don Mario Hernán.

–¿Ajá, y qué me decís del castigo de la escoria? –le dice Marito el de doce años.

–¿Qué era la escoria, don Mario? –le pregunto.

Mario Hernán Ramírez en 1947, bien piquetero con su uniforme de la Escuela Vocacional “Marcos Carías Reyes”. Tenía trece años.

Mario Hernán Ramírez en 1947, bien piquetero con su uniforme de la Escuela Vocacional “Marcos Carías Reyes”. Tenía trece años.


La escoria, el peor de los castigos

Los niños y adolescentes internados en la Escuela Vocacional recibían distintos talleres, entre ellos, mecánica, zapatería, sastrería, carpintería, herrería. Las sobras del hierro servían para castigar a los alumnos mal portados.

“A ese castigo le llamaban la escoria. A uno lo hincaban sobre pedazos pequeños y medianos de hierro, siempre con los brazos en alto, sosteniendo dos fusiles. ¡Qué dolor!”.

“Y no solo el dolor –interviene Marito–. Las rodillas quedaban sangrando. Y a aquel que ponía la queja a los papás le iba peor. La mejor decisión… ¡No decir nada!”.

Pero los domingos, con dolor o sin dolor, era día de visitas familiares y de baile. También había marimba, conciertos de piano. ¡Y sopa de mondongo!

En una de esas visitas, uno de los encargados de la disciplina (les llamaban verdugos), el subteniente Lalo, se enamoró de Margarita, una de las hermanas de Mario Hernán Ramírez.
“Uy, eso me salvó. A partir de ese día, Lalo comenzó a protegerme y ya nadie se metía conmigo. Y hasta me daba la comida de los oficiales”, se ríe.

“A los alumnos solo nos daban arroz y frijoles y una taza de café -interrumpe Marito. Aparece y desaparece de la conversación a su antojo–. Pero con Lalo subí de rango y en mi dieta había carne de res, de pollo o de cerdo, huevo…”.

Don Mario Hernán Ramírez sonríe: “Es cierto”.

Un horario matador

El horario era agotador. 5:00 de la mañana, a bañarse. Desayuno a las 6:00. Las clases iniciaban a las 7:00. De 9:00 a 12:00, talleres. Luego el almuerzo. De 1:30 a 4:00 de la tarde, instrucción militar. ¡Firrrrrmesssss! Dos horas más de clases y la cena puntual a las 6:00 de la tarde; a las 7:00 de la noche, a dormir.

“En la Escuela Vocacional estudiaron el general Juan Alberto Melgar Castro, el papá del actual alcalde de San Pedro Sula, tres de los mejores barberos que tuvo Honduras y varios coroneles”, dice don Mario.

En 1949, con quince años encima, el rango de cabo y una voz que lo convertiría en una leyenda del periodismo hondureño, Mario Hernán Ramírez cruzó por última vez la puerta de la Escuela Vocacional Técnico Militar “Marcos Carías Reyes”.

Estamos en 2021.

A Marito se le nota el orgullo que le provoca verse convertido siete décadas más tarde en un hombre hecho y derecho con un código de ética a prueba de balas. El niño, con el chasquido de la imaginación, desaparece.

Don Mario carraspea. Aclara la voz. “¿Le entramos a otra historia?”, le pregunto. “¡Le entramos!”, me responde.