Siempre

La Independencia que celebramos

Hoy, en pleno siglo XXI, Honduras sigue experimentando formas de sumisión, colonialismo y dominio extranjero. Llegar hasta aquí, no obstante, ha supuesto una larga y compleja carrera

04.06.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS. - El 28 de septiembre de 1821 la vida cotidiana de los hondureños fue abruptamente interrumpida por una noticia inverosímil: éramos independientes del Imperio español después de tres siglos de dominio.

Nuestra pequeña provincia —modestísima tierra de pinos con escasas industrias en la minería, el hato ganadero y productos de estanco— no sabía muy bien de qué se trataba aquello. Sabía, quizá, que ya no sería esclava, pero no sabía cómo vivir en libertad y, tampoco, cómo ser libre.

Cuando los bandos y pregoneros anunciaron la llegada de los correos expresos con los Pliegos de la Independencia, la configuración del territorio, el número de funcionarios del gobierno, la estructura administrativa y la propia forma del Estado eran todavía incipientes.

La población, por su parte, era casi enteramente analfabeta y vivía en la autarquía; no podía dimensionar la magnitud de lo que estaba ocurriendo.

Aunque la noticia recorrió el territorio, la Independencia no significó demasiado en las mentalidades colectivas, pues aunque se anunciaba el fin del dominio peninsular, los imaginarios sociales, la religión, la lengua, la cultura, la estructura administrativa y las formas de vida en general siguieron siendo las mismas que en la Colonia.

El cambio fue apenas perceptible, y la idea de independencia y libertad solo comenzó a asimilarse muchos años después cuando, por primera vez, a partir de la década de 1840, las provincias debieron enfrentar por sí solas los desafíos de administrar una sociedad y crear un nuevo Estado.

Pero la Independencia de Centroamérica ocurrió después de un largo proceso de revoluciones hispanoamericanas que, como explica John Lynch, inició a finales del siglo XVIII gracias al debilitamiento institucional, administrativo, militar y económico del Imperio; pero también al surgimiento de la burguesía criolla que permitió la libertad económica de las provincias, y a la instauración de las Reformas Borbónicas que pretendían retomar el control imperial.

'Aunque la noticia recorrió el territorio, la Independencia no significó demasiado en las mentalidades colectivas, pues aunque se anunciaba el fin del dominio peninsular, los imaginarios sociales, la religión, la lengua, la cultura, la estructura administrativa y las formas de vida en general siguieron siendo las mismas que en la Colonia'.


Cuando el siglo XIX apareció, las luchas del otrora todopoderoso Imperio español por conservar su hegemonía en el Nuevo Mundo que había conquistado, administrado y culturizado, eran ya insostenibles.

A su precipitada caída contribuyeron, además, los grandes hitos que conmovieron a Occidente desde las últimas décadas del siglo anterior: la Revolución estadounidense, la Revolución francesa, la emancipación de los esclavos haitianos en 1804, los conflictos internos al interior de la Corona, la Revolución industrial, la toma del poder por parte de la burguesía en los Estados europeos, la influencia del Liberalismo y la Ilustración, y la invasión de Napoleón Bonaparte a la península ibérica en 1808.

A esa legendaria invasión —que supuso el inicio del fin del imperio—, le siguieron las Cortes de Cádiz (extendidas desde 1810 a 1813) que, después de las guerras emancipadoras de Sudamérica y México, resultaron una señal inequívoca de que la Independencia de Hispanoamérica sería cuestión de tiempo.

“Las Cortes decretaron la soberanía nacional, la división de poderes y la igualdad entre españoles y americanos. Se legisló sobre la publicación inmediata de todos los decretos en América, la organización de los tribunales de justicia civil y criminal, la creación del Tribunal Supremo, la organización de los ayuntamientos, la libertad de imprenta, la libertad de cultivo y de industria, y la abolición de los derechos señoriales y coloniales como la Encomienda, la Mita, el tributo indígena, los Repartimientos, los gremios, la tortura y la Inquisición”.

Todo ello, sumado a las preocupaciones de los criollos —que tenían noticia de las sangrientas y prolongadas guerras entre americanos y españoles en Sudamérica y México—, provocó que, antes de ver esas guerras en tierras centroamericanas, decidieran firmar un documento que liberaba al istmo del dominio español. El imperio, ya completamente agotado, no luchó, y otorgó la libertad.

Así, el 15 de septiembre de 1821, Centroamérica firmó su Acta de Independencia del Imperio español sin derramar una gota de sangre.

La sangre para la región vino después, a partir del período federativo, la época del Caudillismo y los posteriores intentos por construir el Estado nación.

El 12 de octubre de 1492 llegó la expedición española liderada por Cristóbal Colón a un territorio que desde 1507 se comenzó a llamar América.

El 12 de octubre de 1492 llegó la expedición española liderada por Cristóbal Colón a un territorio que desde 1507 se comenzó a llamar América.


Hoy, en pleno siglo XXI, Honduras sigue experimentado formas de sumisión, colonialismo y dominio extranjero.

Llegar hasta aquí, no obstante, ha supuesto una larga y compleja carrera —llena de esfuerzos, dificultades y tareas— por cimentar un sistema de valores, una estructura estatal, un sistema educativo, una red de mercados e industria, la centralización del poder, la legitimidad de las instituciones, un altar cívico patriótico, una cultura y un sentimiento nacional.

Celebrar esas luchas históricas que nos han configurado como pueblo no solo significa honrar los trabajos, ideas y sueños construidos por nuestros antepasados, sino, también, reconocer nuestro compromiso de trabajar, pensar y soñar el país que legaremos a las generaciones siguientes.

Doscientos años de historia nacional nos recuerdan que, sobre todas las cosas, la Independencia no es, ni ha sido, una condición mágica que nos libera de todos los problemas y retos de la sociedad y del Estado, sino una actitud permanente para ejercer la libertad y autonomía propias de cada individuo, así como la capacidad de reconocer no solo nuestros errores, sino también nuestras hazañas, conquistas y adelantos notables.

Para retomar esa consciencia, en un momento crítico de la soberanía, los sentidos de nacionalismo, pertenencia, cohesión y amor patrio, debemos recordar que a lo largo de dos siglos, hubo hombres y mujeres, generaciones tras generaciones, que cargaron con la responsabilidad de desarrollar el país que habitamos hoy y que, sin duda, debemos proyectar hacia el futuro.

Demeritar esos esfuerzos admirables por ideas, contextos y preceptos del presente es una muestra de profunda incomprensión de ese proceso, del esfuerzo de nuestras generaciones pasadas y de nuestra propia memoria.

No podemos juzgar el pasado desde una óptica del presente que desconoce el contexto, las causas y consecuencias históricas que provocaron los hechos.

Al contrario de eso, el Bicentenario de la Independencia es una oportunidad única para reflexionar en qué cambió, qué permanece, qué hicimos bien y qué debemos corregir para edificar esa nación próspera, pacífica y honesta a la que todos aspiramos.

Porque sin importar los yerros, triunfos o fracasos construidos por nosotros mismos, la Independencia del Imperio español que celebramos el 15 de septiembre de cada año, después de tres siglos de esclavitud y sufrimiento, es una Independencia consumada.

El autor

Albany Flores Garca. Escritor e historiador, autor de los poemarios “Geografía de la ausencia” (2012) y “El árbol hace casa al soñador” (2016), del libro de cuentos “La muerte prodigiosa” (2014) y del libro “Academia y Estado: Orígenes de la Universidad de Honduras” (2020). Ha escrito y colaborado en periódicos y revistas de Centroamérica, Cuba, Brasil, Colombia, Estados Unidos, España, México e Italia. Es fundador de la revista cultural El Zángano Tuerto. Su obra ha sido parcialmente traducida al italiano y portugués. Es escritor, historiador y cronista.