Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El último paso

Cuando la cólera le cierra los ojos a un hombre, lo que le trae es la desgracia
10.03.2024

VERDADES. “Yo creo que nadie debe equivocarse con la Policía. Los policías no somos tontos. El que es policía de corazón, tiene dos motivaciones para vestir este sagrado uniforme: la primera, proteger a la sociedad de la delincuencia. La segunda, identificar, perseguir y detener al que comete un delito, porque estamos seguros que con eso le damos paz, tranquilidad y seguridad a la gente. Por supuesto, hay policías que se olvidaron de lo sagrado y noble de su misión en beneficio de la sociedad; pero, estos, con sus mismas acciones, nos permiten hacerlos a un lado. Y es que Honduras merece vivir en paz; merece seguridad, y nosotros luchamos a diario para sacar de las calles a los que les hacen daño a los hondureños. Y, como le dije antes, Carmilla, los policías no somos tontos. Mire este caso y escríbalo para que sus lectores y lectoras confíen un poco más en la Policía Nacional. Para que sepan que trabajamos para darles seguridad. Es el caso de un crimen que, equivocadamente, el delincuente creyó que era el crimen perfecto”.

Estas palabras me las dijo el general Héctor Gustavo Sánchez, ministro de Seguridad, mientras me entregaba una copia del expediente del caso. Y vi que se sentía orgulloso de los policías que lo investigaron porque “hicieron un excelente trabajo”. Hoy, los lectores y lectoras de esta sección de diario EL HERALDO podrán juzgar por sí mismos.

“Este hombre -me dijo el general Sánchez-, pronto entendió que el delito no paga, y que, si paga, es con cárcel”.

Hizo una pausa, hojeó el expediente, y añadió:

“Un día, llamaron a la DPI diciendo que, en una cuneta, en la carretera vieja a Olancho, estaba el cadáver de una mujer. Estaba entre un montón de basura que se había estado quemando por dos días, y el cuerpo estaba carbonizado; sin embargo, se veía claramente que era el cuerpo de una mujer. De inmediato llegó la DPI, con sus agentes de investigación de delitos contra la vida, y con los técnicos de inspecciones oculares. Y con ayuda de algunas varas, apartaron las llamas del cadáver”.

“¿Por qué no llamaron a los bomberos para que les ayudaran?” -le pregunté.

“Ah -exclamó, levantando un índice, porque con el agua, y con los procedimientos de los bomberos para apagar un incendio, hubieran dañado la escena del crimen, y se hubieran perdido indicios y hasta evidencias que les servirían a los agentes para resolver el crimen”.

“¿Desde el inicio estaban seguros de que se trataba de un crimen?”.

“¡Por supuesto! -me respondió el ministro-. Y me extraña su pregunta, después de tantos años que tiene de escribir estos casos para EL HERALDO. ¿Cómo llegó aquel cuerpo hasta ese basurero? ¿Por qué estaba allí ese cadáver? ¿Es que alguien lo llevó, o fue a morir allí aquella mujer por causas que sólo Dios conocía? ¡Claro que aquel lugar era la escena de un crimen! Y un crimen horrendo, Carmilla. La mujer estaba desnuda. No se le encontró encima restos de ropa. Estaba tirada boca abajo, y a propósito, le habían acumulado basura encima. Después, le prendieron fuego, entre llantas, madera vieja, y otros elementos fáciles de quemar. Pero, lo que llamó la atención de los investigadores fue que los vecinos del basurero les dijeron que esa basura tenía dos días de estarse quemando, lo que los hizo pensar que alguien tenía un interés especial en que el cuerpo se quemara por completo. Además, los vecinos dijeron que aquel olor a carne quemada creyeron que era de algún animal muerto, porque por allí van a dejar perros atropellados, y una vez, hasta dejaron a un burro que se comieron los zopilotes porque nunca llegó nadie a ayudarles a llevarse aquel burro apestoso de allí”.

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LA ESCENA

Ya está dicho que era un basurero, en una cuneta en la salida vieja a Olancho. No es que había casas cerca. La primera estaba a unos trescientos metros, después de una curva, y cerca de un puente de piedra. Pero el humo y el olor llegaban a grandes distancias, y fue un vecino, que venía de trabajar en las granjas de pollos que hay más debajo de la colonia Sagastume, el que vio algo raro en aquel lugar. Primero, renegó contra el que le había prendido fuego al basurero, porque aquellas llantas tardaban en quemarse y contaminaban con humo toda la zona. Segundo, porque apestaba a carne quemada. Tapándose la nariz, se acercó, movido por la simple curiosidad, ya que cuando se iba, creyó ver una pierna; algo que le pareció humano. Así que, se bajó de la moto, y se acercó. Con una vara que estaba cerca, y que tenía la punta quemada, apartó una llanta, y lo que vio lo hizo irse para atrás. Ante sus ojos apareció la otra pierna, negra y quemada casi en su totalidad, y aparecieron después, unas caderas que él identificó como de mujer. Dio la alarma, y vinieron otros vecinos, seguidos por muchos curiosos. Los más decididos apartaron parte de las llantas y de la basura que se estaba quemando encima del cuerpo, y alguien gritó:

“¡Es una mujer!”.

Otro, dijo:

“Hay que llamar a la Policía!”.

Y una mujer llamó desde su celular al 911. No tardó en llegar una patrulla de motorizados, para resguardar la escena. Tiempo después, llegaron los agentes de la DPI, y el fiscal de turno.

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EL CRIMEN

“Le dejo el expediente -me dijo el general Sánchez-, para que lo lea y escriba el caso. Yo tengo otras cosas que hacer. Espero que les guste a sus lectores”.

“General -le dije-, ahora se dice: lectores y lectoras”.

“Tiene razón”.

Las fotografías en el expediente hablaban tanto como la descripción que hizo el agente en su informe del levantamiento del cuerpo. Estaba quemado de pies a cabeza, y estaba hinchado, señal de que la mujer había muerto algunos días antes de que la fueran a tirar en aquel lugar.

“Esta mujer tiene al menos cinco días de muerta -dijo el forense-; tal vez cuatro... Y vemos que la causa de muerte fue por asfixia. Quedan restos de plástico grueso y restos de cinta adhesiva en el cuello. Y vemos restos de la misma cinta adhesiva en las manos y pies”.

Esto nos indica que raptaron a esta mujer, la llevaron a un lugar seguro, la torturaron, tal vez, y la desnudaron... Tal vez fue abusada sexualmente, lo que no va a poder establecer el forense por el estado en que está... Pero, los restos de cinta adhesiva nos dice que estamos ante un asesinato; un asesinato bien planificado... Alguien quería muerta a esta mujer, y los motivos pueden ser el odio, el despecho o los simples deseos de venganza, que no son tan simples, como vemos... Luego, el criminal la trajo hasta aquí, y, por lo que nos dicen los vecinos, el basurero empezó a quemarse la noche de hace dos días, lo que no llamó su atención al inicio, porque creyeron que alguien sin oficio le prendió fuego... Y tampoco se preocuparon por el olor a carne quemada, porque creyeron que se trataba de algún animal muerto. Hasta que el hombre de la moto tuvo más curiosidad que los otros”.

“Bueno -dijo otro de los agentes de delitos contra la vida de la DPI-, ya que no tenemos huellas digitales, y el rostro está deformado, sólo nos quedan dos cosas para identificar el cuerpo: los registros dentales, si es que los tiene, y saber si alguna mujer desapareció hace cuatro o cinco días, y tenemos la denuncia en la oficina”.

“Hay un detalle -intervino el forense-; esta mujer tuvo al menos dos hijos, y los tuvo por cesárea. Como el cuerpo estaba boca abajo, como se dice vulgarmente, el abdomen no se quemó mucho... Y tenemos la cicatriz de, al menos, dos cesáreas... Aparte de eso, era una mujer que se cuidaba mucho; su apariencia, quiero decir, porque en la mano izquierda se ven algunas uñas que, seguramente, eran acrílicas, aunque están derretidas por el fuego”.

“O es posible que se dedicara a trabajar en un salón de belleza”, dijo uno de los detectives.

“Tal vez. Adivinar esas cosas les corresponde a ustedes. Lo mío es la ciencia forense”.

“Gracias, doctor”.

“Y un dato más -dijo el médico-. Esta mujer tiene el brazo derecho fracturado. El fuego consumió la carne, y dejó expuesta la fractura... Con esos datos, se ayudarán a identificar a una mujer desaparecida; una mujer de, al menos, treinta o treinta y cinco años”.

Tenían que saber si alguien había denunciado la desaparición de una mujer hacía unos cuatro días, cuando menos. Y lo supieron de inmediato. Se llamaba Rubenia, tenía treinta y un años, era maestra de educación primaria, sin trabajo, y había desaparecido el lunes anterior, en la tarde, después de decir que iba a un supermercado cerca de la zona de Loarque. Los agentes fueron a la casa.

“¿Cuándo desapareció su hija?” -le preguntaron a doña Rubenia, la madre.

“El lunes en la tarde -respondió la señora-; dijo que iba al súper, y que no tardaría en regresar”.

“De aquí al súper, en Loarque, hay unos siete kilómetros”.

“No sé; pero uno siempre baja en bus de la Reynel”.

“¿Recibió alguna llamada su hija?”.

“Siempre recibía llamadas, porque hacía trabajos de belleza a domicilio; como nunca pudo conseguir trabajo de maestra”.

“Y, ¿estos dos niños son los hijos de Rubenia?”.

“Ellos son”.

“Y los tuvo por cesárea”.

“Sí, señor... ¿Cómo sabe eso?”.

“¿Rubenia, su hija, tenía alguna fractura?”

“¡Uy sí! Hace como diez años se cayó de una moto y se quebró el brazo izquierdo”.

“¿Izquierdo? -le preguntó el detective-. ¿Está segura? ¿No fue el brazo derecho?”

Doña Rubenia se volvió hacia una de sus hijas que estaba detrás de ella, y le preguntó:

“¿Cuál fue el brazo que se quebró tu hermana, vos?”

“El derecho, mamá... Cerca del hombro”.

“Ah sí... El derecho”.

“¿Rubenia está casada?”.

“No, señor... Se juntó con el papá de los niños hace quince años; pero se separaron porque él se fue para Estados Unidos, y allá se hizo de otro hogar... Y Rubenia, pues, sin tener apoyo de marido, se metió con otro hombre... Y ese le salió peor”.

“Señora -le dijo el agente-, tengo una mala noticia que darle”.

La señora palideció.

“Encontramos el cuerpo de su hija... Alguien se la llevó a la fuerza, y le quitó la vida”.

La señora se desmayó, las hermanas empezaron a llorar a gritos; los niños a llamar a su mamá...

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA

+ Selección de Grandes Crímenes: Una dolorosa despedida