Opinión

Un pueblo sin visión perece

Durante mucho tiempo, los hondureños exigimos a nuestros gobiernos la definición de una ruta hacia el verdadero desarrollo, la identificación de un camino, el establecimiento de una forma de actuación, la configuración de un medio capaz de inspirar a Honduras, de tocar las más íntimas fibras del corazón e impulsarnos a trabajar con sentido, a dar razón a una lucha que puede ser desafiante y frustrante, cuando la claridad de los gobiernos está ausente, cuando el deseo de los líderes es insuficiente y cuando la actuación pública golpea tan pero tan fuerte, que las ganas de sentirse orgullosos de nuestra propia nacionalidad se ve azotada por un sentido de impotencia.

A pesar del esfuerzo de formular y llevar a aprobación ante el Congreso Nacional una ley sobre visión de país y Plan de Nación en enero de 2010, debemos reconocer que la espera sigue viva y que la sensación de incertidumbre sigue formando parte del pensamiento casi generalizado de más de 8 millones de hondureños. Habiendo sido parte de ese esfuerzo, debo confesarme desilusionado por la poca incidencia que ese instrumento ha tenido en el presente de los hondureños.

A pesar de ello, sigo creyendo que la visión es fundamental para seguir adelante, sigo pensando que Honduras cuenta con los recursos necesarios para desencadenar un real proceso de desarrollo: un proceso justo, equitativo, verdadero. Quiero seguir pensando que tenemos la oportunidad de reducir significativamente la pobreza, que podemos incrementar sustancialmente nuestra producción, que podemos generar empleo, reducir la criminalidad, crecer en democracia, en modernidad y en paz. Quiero seguir pensando que estamos a tiempo de cambiar, de tomar la ruta correcta y encontrarnos con un destino que merece Honduras, que merecen nuestras familias y, sobre todo, que merecen nuestros hijos.

Son innumerables los casos de países que han logrado profundas transformaciones para alcanzar sus propios sueños de progreso y debemos indicar que, ninguno de esos casos, fue concretado sin que la visión formara parte inseparable de esa ruta de lucha. Todos los casos de cambio, todos los casos de notable desarrollo estuvieron siempre fundamentados en una clara visión. Una visión que se mantuvo con disciplina, que fue respetada, que tomó tiempo pero que, durante todo momento, formó parte inseparable del carácter y la forma de actuación de sus gobernantes, de su empresa privada y de todos los sectores de sus propias sociedades. Ningún caso de desarrollo en el último siglo se ha dado como resultado de la inercia, como consecuencia del status quo. Se inició y se mantuvo vivo bajo la figura sólida de una visión, que impulsó el cambio, que sustentó la transformación, que dio paso a nuevas etapas y a nuevas formas de ciudadanía.

La visión procura cambio. Bien dicen que la mejor definición de demencia es: pretender resultados diferentes haciendo exactamente lo mismo.

No se pueden alcanzar mejores resultados sin cambiar. El cambio es el principio, el crecimiento es la búsqueda, la prosperidad… la recompensa. La visión: el imperativo para seguir vivos, el imperativo para sembrar esperanzas, el antecedente para definir la ruta, el instrumento para unirnos alrededor de grandes propósitos, el instrumento que analiza el presente, que puede ver el futuro perfecto y que define los pasos, para poder alcanzarlo.

Concretar la visión exige consenso, comunicación, continuidad y medición. Consenso para establecerse como un sueño común, comunicación para mantenerlo vivo, continuidad para concretar resultados y medición, para conocer los avances. Estos cuatro pilares son fundamentales para lograr un proceso sostenido y sistemático para avanzar.

En materia de continuidad y medición, la Ley hondureña sobre Visión de País y Plan de Nación (aprobada en enero 2010), establece más de 60 indicadores (originalmente organizados en 9 categorías) que marcan las áreas en las que Honduras debe avanzar. Se espera que los planes de gobierno establezcan los programas y proyectos a través de los cuales se lograrán esas progresiones. Se espera que una parte significativa del accionar de cada una de las próximas 7 administraciones públicas esté dedicada al cumplimiento de esos avances. Si tan solo lográramos un 50% de esas metas, en menos de 10 años, Honduras sería una nación con un comportamiento de real progreso. Si tan solo lográramos que nuestros próximos gobiernos alcancen la mitad de lo indicado por ley como un sueño.

Esas metas asociadas a indicadores deben ser comunicadas, socializadas. Debe hacerse un esfuerzo muy grande, enorme, de que sean conocidas, valoradas y apropiadas por los sectores del país. Debemos lograr que el comportamiento de esos 60 indicadores o más, sea medido de manera permanente, para realmente saber si estamos avanzando… si los gobiernos están dando cumplimiento a un mandato de progreso que es Ley de la República. Para realmente saber si tenemos o no tenemos visión. Si vamos a avanzar o nos quedaremos estancados. Tener una ley no es suficiente. Institucionalizar la Ley es parte, pero no es suficiente. Insisto en los cuatro pilares: consenso, comunicación, continuidad y medición. Un pueblo sin visión perece. Ninguno que aspire a más podrá lograrlo sin ver al futuro, sin tener claridad, sin compartir la ruta, sin medir los avances. No hay manera. Es imposible.

El expresidente Ricardo Maduro, en su campaña presidencial del año 2001, utilizó esta frase como parte de su eslogan y su propuesta de gobierno: Un pueblo sin visión perece. Frase que toma sustento de Proverbios 29:18, manifestado de formas ciertamente distintas al momento de realizar las traducciones de los textos originales de las Santas Escrituras. Pese a ello, el significado se mantiene incólume. El peso de la afirmación es verdaderamente enorme. Un pueblo sin visión perece. Un pueblo sin visión perece.

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