Opinión

Navidad en náhuatl

Tres inolvidables banquetes gocé en vida, no por la cantidad sino por su original y étnico contenido: palillos de mandarines en Iowa City, en casa de los poetas Paul y Hualing Engle; pozole entre la familia del doctor Rodolfo Chena, en México, y ajiaco colombiano en Bogotá, con Luis García Bueno. Los tres una lenta degustación de texturas y sabores, contrastes y delicias de buen paladar.

Pero aunque sospechaba, desconocía la proveniencia del sustantivo pozole, que según el distinguido filólogo hondureño Alberto Membreño -en Anales del Archivo Nacional, septiembre 1973- tiene origen en el nahuatlismo 'pozolli': espumoso maíz (tierno) cocido y reventado, con que se fermenta caldo espeso acompañado de ciertas verduras y carnes combinadas. La lengua náhuatl, valga la glosa, pertenece a la rama azteca, pueblo que en eras prehispánicas influyó militar y comercialmente en forma poderosa sobre la región mesoamericana (mayormente en el Pacífico), impregnando con su verbo cientos si no miles de términos tanto en las diversas hablas indígenas locales como en el español.

Y vaya que hallamos sorpresas. En Choluteca se dice apante (apantli), por acequia, en Copán beben atol (atolli: de atl, agua y atlaolli, maíz) y en San Esteban disfrutan vino de coyol (coyolli, cascabel), palma que México nombra guacoyol.

Creí que la sentencia 'entre camagua y elote' era invención atlántica pero no: nace de 'camauac', maíz próximo a madurez, o que estar 'cipe' carecía de significación, pero Membreño advierte que desciende del náhuatl 'tzipitl' (que a su vez origina cipote y cipitío, que es duende en El Salvador) y que es una criatura que quedó 'celeque' -otro nahuatlismo, por flaco- debido a haber mamado de madre 'chichigua', esto es, de embarazada o que falló en su cuarentena púbica de varón. En Perú colonial, cuenta Garcilaso, había una enfermedad de 'cipencia', que era de niños encanijados por ser el coito malo para la leche pectoral, lo que provocó una infante 'ética, que no tenía sino huesos y pellejo'…

Un cuije es un bribón; una cuma es machete corto; cumiche (coamichín), el menor de la familia. El viejo camina curcucho o jorobado; aiguaste (ayohuachtli) son semillas de calabaza, ayote, chile y achiote para recado de tamales en tusa (tocizuatl) o mango con sal. Atzapotl en México es para Honduras zapotillo calenturiento, mientras que un cacaste (cacaxtli) es una escalerilla de reglas de madera y por extensión el esqueleto humano. Caite viene de 'cactli' o sandalia, que es distinta en Yucatán a la local; un calpul o calpuli —que creí siempre era maya o lenca— es un montículo con quizás depósitos arqueológicos, pero en Copán significó barrio; y un guarizama no es un machete, en sentido literal, sino el pueblo de Olancho que lo empleaba.

Camuliano (camiliui) es lo que empieza a madurar; del caulote (quauhxiotl, cuauhcholote), que es una malvácea (Theobroma guazuma), se empleaba antiguamente su mucílago contra diarreas y disenterías, así como para fortalecer mezclas cementeras de iglesias y edificaciones. El quebracho o cicahuite (chicactic) es árbol duro, mientras que cicimite (o sisimite, de tzitzimil) es el diablo, a diferencia de 'chuchic', que devino en castellano chucho, al que castigamos con chilillo (chil, chile). Chilmol —que en moderno llamamos chirmol— nace de 'chimolli', salsa de chile, así como —belleza del espacio, relámpago en color— visitan mi patio montañés bellas chiltotas (chiltototl) o chorchas tono chile, plumas amarillas pringando de rojo, y que poseen título científico atrayente: Cassius moctezuma.

De allí, pues, cuánta maravilla internarse en estos bosques de lenguas e idiomas, refrescan nuestra identidad americana. Por tayacanes (teyacanqui, guía de bueyes) que somos, se brinda por ellos alzando el guacal (uacalli) de tiste (tixtle) o pinole (cacauapinolli, cacao y pinol), junto a buen tepemechín (pescado de monte) para elogiar las dulces hablas continentales mientras tilinte (tilictic) vibra el corazón…

Desconozco si se dice Navidad en náhuatl.

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