Es incorrecto culpar a los partidos tradicionales de todas nuestras desgracias.
Nacieron en los albores del siglo XX, luego de las cuatro generaciones de anarquía política y aislamiento económico que siguieron a la independencia.
Durante los siguientes cien años, acogieron, dieron expectativas y restaron belicosidad a los grupos liberales y conservadoras en que se dividió el país desde antes de la independencia.
De esa manera, Honduras comenzó a salir del caos político, y a reconectarse con los mercados mundiales.
Eliminar el poder de los caciques locales, representar facciones e intereses encontrados, organizar al gobierno y superar el monocultivo bananero, fueron tareas que comenzaron hasta 1948, con el gobierno de Gálvez.
En esos primeros 50 años del siglo XX, los partidos Liberal y Nacional mantuvieron las visiones políticas y los estilos de gobierno del pasado, aunque en parte diferenciados en las materias laboral y agraria, afines al liberalismo.
Esas discrepancias existían también en el interior del Partido Liberal e hicieron crisis en el gobierno de Villeda Morales (1958-1963).
Surgieron, entonces, dos corrientes políticas antagónicas, una reformista liderada por el presidente Villeda, y conservadora la otra, encabezada por Rodas Alvarado, presidente del Congreso.
Villeda impulsó nuevos políticos, afines a su agenda transformadora.
Con su muerte en 1972, perdieron empuje los afanes de actualizar la doctrina liberal.
El control del partido pasó a su ala conservadora, que lo ha retenido hasta la fecha.
Hubo intentos de reforma en los años 70 y 80, que fracasaron sin dejar huella.
También cesó el cambio en el Partido Nacional.
Así que a mediados de los años 60, ambos partidos eran controlados por sus facciones más conservadoras.
El golpe militar que derrocó al nacionalista Ramón E. Cruz fue justificado con un programa de reformas que marginó a los líderes de ambos partidos.
Quienes habían respaldado el golpe contra Villeda reciclaron sus liderazgos negociando la restauración de la democracia.
La tradición se consolidó de nuevo, hasta que a fines de los años 80, Callejas toma control del partido y comienza un programa de modernización orientado al centro derecha.
A ese esfuerzo le faltó continuidad, pero fue una válvula de escape a la presión interna, y una expectativa para liderazgos futuros.
Es así que las corrientes de cambio dentro del Partido Liberal quedaron estancadas, sin oportunidades ni expectativas.
En tal orden de cosas llega “Mel” Zelaya a la presidencia.
Sus ideas populistas fueron sentidas por grandes masas del partido como una apertura al cambio que había sido cerrado durante cuarenta años.
Pero los hechos condujeron más bien a una división del partido, que ha descendido a la tercera posición electoral.
La actualización comenzada por Villeda Morales es una necesidad del espectro político liberal, que carece de una opción de centro izquierda, para atraer las generaciones emergentes.
El Partido Liberal, de nuevo extraviado, carece de rumbo ideológico y no puede responder a esa necesidad de su propia juventud.
En el caso del Partido Nacional, es notorio el ambiente de reformas de JOH, que se alejan de la tradición partidaria.
El Partido Nacional emerge ahora como una fuerza electoral que no tiene a la vista oposición capaz de estorbar su camino.
Esto sería casi seguro si JOH mantiene el dinamismo mostrado hasta hoy en la lucha contra el crimen, la extorsión, el desempleo y los desajustes de la economía.
Pero sería carrera de un solo caballo, que se ahogaría en su propio resuello.
Porque así como en la economía de mercado la competencia es inexcusable, así en la democracia política la oposición es indispensable.
La falta de la una conduce al monopolio, a la ruina del mercado. La ausencia de la otra, conduce a la ruina de la democracia.
Más aún, el Partido Nacional no debería sentirse seguro con un Partido Liberal discapacitado.
La caída del uno podría arrastrar al otro hacia el vacío político, que sigue por ahí, esperando nuevas opciones.
Sí, así podría ocurrir. Los extravíos del Partido Liberal podrían también extraviar el experimento democrático.