La ola democratizadora que ha estremecido diversos países desde Túnez hasta Bahréin ha enfrentado diversos resultados: los tunecinos y libios lograron derrocar a regímenes despóticos reemplazándolos por gobiernos provisionales que cuentan con respaldo local e internacional para iniciar la transición hacia la democracia. En Yemen finalmente el presidente Ali Saleh decidió dejar el poder tras una virtual guerra civil, en tanto el rey de Bahréin, con el respaldo de su homólogo saudita, ha logrado -vía represión- derrotar temporalmente al movimiento opositor.
Tanto en Egipto como en Siria, sus pueblos de manera decidida continúan reclamando cambios democráticos significativos que hagan posible la incorporación activa de los gobernados en las decisiones políticas y económicas que inciden en sus destinos.
En la nación norafricana la caída de Mubarak creó altas expectativas favorables al cambio; centenares de personas derramaron su sangre para hacer factible un nuevo amanecer desmarcado del autoritarismo. Una corriente mundial de solidaridad respalda esa gesta popular.
Desgraciadamente, la cúpula castrense continúa controlando el poder real y no está anuente a la inclusión del pueblo en la conducción del Estado egipcio vía elecciones directas y secretas. Algunos retoques cosméticos están lejos de llenar las expectativas colectivas, las que han sido enfrentadas por una renovada represión que ha sido incapaz de doblegar la resistencia civil.
Una nueva cuota de muertos y heridos ha sido la respuesta gubernamental, y la plaza Tahrir otra vez se convierte en símbolo y punto focal de la oposición ciudadana a la imposición y manipulación oficiales.
En Siria, a pesar de la brutal represión masiva por parte del régimen de Bashar Asad, quien heredó el poder de manos de su padre, la creciente oposición no ha logrado ser sometida. De hecho, el número de soldados y oficiales desertores incrementa, y la crisis política y económica se profundiza en la medida que el aislamiento de la comunidad internacional -incluida la Liga Árabe- crece. Una auténtica carnicería ha resultado en la alienación de amplios sectores, incluyendo a la comunidad empresarial, provocando la determinación colectiva de persistir en la oposición activa hasta que colapse el gobierno del Partido Baath, instrumentalizado por Asad, sus familiares y testaferros para beneficio propio.