La RAE define la tolerancia como el “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.
Se trata de un precepto moral y valor social que al ser marginado de la conciencia individual o colectiva genera aberraciones como la masacre de Orlando, que dejó 49 muertos o, más recientemente, ataques como los ocurridos en el aeropuerto de Estambul, en el que fallecieron al menos 44 personas.
En nuestro país vemos a diario en la sección de nota roja de los medios agresiones y muertes producto de actitudes intolerantes. Y hemos sido testigos de decisiones y acciones infaustas en el acontecer político y nacional donde la intolerancia asoma como la punta de un iceberg, cuando quienes tienen la voz más fuerte creen también tener la razón.
Pero nuestro país padece también de un tipo de tolerancia que impide cualquier acción frente a hechos y situaciones que son perjudiciales para la mayoría. La corruptela en la Policía Nacional, que se llenó de sicarios, asaltantes y narcos, tuvo como cómplice la tolerancia de la sociedad y de las autoridades.
La megacorrupción en el IHSS fue tolerada durante demasiado tiempo por los derechohabientes -que soportaron con demasiado estoicismo la falta de medicinas y precaria atención-, funcionarios y políticos, entre ellos un expresidente que mejor calló para no afectar unos comicios. La crisis en la UNAH también tiene ribetes de una tolerancia que ya le ha costado el tercer período a 14 carreras.
La tolerancia será el tema principal de la Campaña Infantil 2016 de la Iglesia Católica, que llegará a más de 27,000 niños a nivel nacional que esperamos sean los futuros intolerantes de la corrupción.
Y es que debemos aprender a diferenciar entre la tolerancia que es elemental en toda sociedad civilizada donde se respetan los derechos humanos, y aquella tolerancia malentendida que raya en la complicidad, displicencia y negligencia, y que atenta contra el bienestar de la mayoría