Los reportajes conmovedores realizados por diario EL HERALDO en material impreso y audiovisual detallan en todo su dramatismo lo que significa abandonar Honduras de manera indocumentada, arriesgándose en el trayecto a todo tipo de humillaciones, padecimientos que van desde la pérdida de vida, mutilaciones, secuestros y vejaciones hasta la separación de hijos de sus progenitores, detenciones y esperas indefinidas en un contexto de permanente zozobra, angustia, incertidumbre.
México ha endurecido su política migratoria, cancelando los permisos de trabajo y la estadía temporal como producto de las presiones del presidente Trump de imponer aranceles a las exportaciones de esa nación, lo que hace del éxodo hacia Norteamérica un riesgo aún mayor, resultando en un incremento significativo en el número de deportaciones y, además, porque López Obrador ha enviado miles de efectivos para blindar la frontera sur e impedir el ingreso de nuevos migrantes. Es innegable que Honduras presenta un clima de riesgo: violencia, subempleo, reducidas oportunidades de avance social. Empero, el éxodo hacia lo desconocido, lejos de remediar estas realidades, las agrava.
La conclusión es que es preferible permanecer en nuestras comunidades, con limitaciones, pero conservando la unidad familiar, evitando a todo trance su desintegración. El emprendimiento ofrece soluciones alternas que permiten, cuando menos, sobrevivir con la posibilidad de una eventual mejora en el desarrollo humano personal
y grupal.
Los testimonios ofrecidos por nuestros compatriotas hoy varados en México dan cuenta de las múltiples penalidades, abusos, enfermedades y sufrimientos que experimentan en un limbo existencial de duración indefinida.
Permanecer en nuestro hogar común: Honduras, contribuyendo todos a hacer de ella una madre compasiva y solidaria, debe ser tarea de todas y todos. Aquí nacimos, aquí debemos crecer, multiplicarnos, vivir, en nuestra tierra y nuestro cielo. Decía el apóstol José Martí: “Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino”.