La galopante corrupción gubernamental y privada que desgraciadamente azota esta sociedad, sin lugar a dudas, ha pasado a ocupar el primer lugar entre los grandes problemas que aquejan al país.
El desempleo, la escasa inversión, la pobreza y la inseguridad ciudadana son males que se han agudizado como producto de que las élites políticas y empresariales han soltado el timón de este barco para dedicarse a llenar rápidamente sus bolsillos con los pingües negocios que se realizan con el gobierno o con el crimen organizado.
Desde ya se avizora que la campaña política que tomará fuerza a mediados del próximo año estará marcada por lo que se diga o deje de decir en torno a esta ola de corrupción que se profundizó en los últimos dos gobiernos. El político que logre posicionarse con credibilidad y capacidad frente a este trascendental tema, sin duda, tomará una gran ventaja sobre los demás contendientes.
Pero la lucha contra la corrupción y los corruptos no es cosa de novatos ni aprendices y menos de demagogos. Es una tarea de grandes dimensiones que requiere de líderes maduros, capaces, con trayectoria de honradez, comprometidos con la misión de darle un giro radical a la forma tradicional de gobernar, obviamente en el marco de la democracia, la libertad y el Estado de derecho. Para emprender una certera lucha contra esta enorme corrupción que se ha apoderado de las instituciones públicas se debe tener muy claro cuáles han sido los factores que han permitido que Honduras se haya convertido en uno de los países más inseguros y corruptos del mundo. Solo así podrá aplicar los correctivos que sean necesarios para extirpar de raíz ese cáncer que carcome el país.
Por el lado de la ciudadanía hasta el momento, por desgracia, no hay contraparte de peso, padece desconcierto, no sabe qué hacer para enfrentar este enorme problema y algunos están a la espera de un mesías, es por esta razón que están apareciendo como aspirantes presidenciales algunos que creen tener una varita mágica para solventarlo. Hay que tener mucho cuidado porque esa medicina podría ser peor que la enfermedad, Venezuela es el mejor ejemplo.