En un mundo que distorsiona el concepto de lo bueno y de lo bello, para relativizarlo y volverlo inaceptable y hasta innecesario, la Semana Santa nos vuelve a plantear la Conversión.
Ser diferentes, con paz y gozosos en el gozo que solo Él puede dar, es la transformación a la que accedemos, si así lo decidimos.Y pedimos la gracia siempre pronta con apenas desearla. “Convertíos y creed en la Buena Nueva”, (Mc. 1, 15).
Cambiemos, creamos en la palabra de Dios como el camino que conduce a la salvación. No solo la salvación eterna, sino la de este mundo en que vivimos.
Al decidir la conversión, más allá de la creencia en la muerte y resurrección de Jesucristo, es la revelación de que no podemos seguir igual, no después de saber de Él.
Es la necesidad de practicar los mandamientos divinos, lo que en realidad ejerce su poder transformador en nosotros y en los demás. Es el arrepentimiento, el propósito de enmienda y el no volver a cometer los errores o las afrentas a la ley de Dios, lo que encamina hacia la plenitud de vivir en su gracia.
El cambio profundo de mente y de corazón, es difícil, aunque “yugo suave” si se pide ayuda al mejor amigo, al que todo lo puede. Combatir el pecado, como transgresión a la ley de Dios es el quehacer fundamental de todo cristiano.
El pecado que disminuye y mata poco a poco es la contradicción a la voluntad divina y por lo tanto trae tristeza. Quedamos entonces autoexcluidos del Reino de Dios, que nos quiere perfectos como Él es perfecto.
Evitar situaciones, modificar actitudes, adquirir buenos hábitos son vías a la erradicación del pecado. Acciones humanas sencillas que menos que gracia requieren un poco de voluntad. Adentrarnos en su palabra, verle en cada una de sus criaturas y exigirnos cambiar para agradarle puede conducirnos a la conversión.
Que esta Semana Mayor sea el tiempo y el espacio determinados en que escojamos la conversión y la alegría de su amor. Por nosotros y por nuestra Honduras.