Sobrevivientes de las crueldades golpistas de 1963 en delante, veteranos de los desastres sociales y económicos de los partidos políticos en el poder y de sus cómplices castrenses, peleadores en, con y por la vida desde la cátedra y desde la propuesta cultural y la científica, con Cirilo Nelson fuimos contemporáneos y compañeros en el CUEG de la UNAH en la década de 1970, donde forjamos una prolongada y saludable amistad.
La última vez que nos vimos fue hace quizás veinte años, cuando me refirió, entusiasmado, que estaba por viajar a los llanos de La Mosquitia para confirmar la presencia de una evasiva planta nominada Carbón Sirsir (Mimosa schomburgkii) que con inaudita fuerza había ascendido por un siglo desde el ecuador peleando y adaptándose a las intemperies del trópico.
Emprendía yo entonces la investigación para una novela luego titulada “Downtown Paraíso” (2019), donde hacía retornar a Honduras al Dr. Quentin H Jones, personaje cenital de mi previa obra “Rey del Albor. Madrugada”, (1992). Y en ella, por la admiración y cariño que tenía por Cirilo, creé a un botánico apellidado Cirilo Malson que va a Mosquitia en búsqueda de una planta conocida como Sirsir, etcétera, etcétera, y a quien ocurren espantosas aventuras que van desde un secuestro por narcos aerotransportados (pero que a su vez parecen ser agentes de la DEA) hasta su encierro en un galpón de la costa donde llegan a rescatarlo ~junto con Quentin Jones y su amante Dasha Valembois (inventado pariente del Dr., belga-tico Víctor Valembois)~ ciertos héroes policiales.
Nuestra última plática se dio hace tres meses, cuando intercambiamos información relevante en torno a sus publicaciones en Academia.edu, y cuando ratificamos nuestra devoción a esta patria dolida y capturada en redes de narcos. Desconocía yo, obvio, que su tiempo se acababa y que iba a dejarnos físicamente pronto, exhalando el suspiro de conclusión en una de las ciudades venerables de España, Alcalá de Henares, cuna natal de Miguel de Cervantes.
Aparte de su humildad, caballerosidad y don de gentes, Cirilo no es que fue sino que es modelo de honestidad científica, con la que no se puede transar ni mercar, y por ende debería ser expuesto a los jóvenes de todas las primeras edades para que sigan su ejemplo y construyan su vida y a la patria sobre la base de lo correcto. Es necesario concretar esta idea a nivel nacional ya que uno de los más graves deterioros que sufre Honduras en este momento es el de ausencia de liderazgos y de referentes humanos. Hemos sido tan engañados, burlados, traicionados, y se nos ha dado tanta muestra de lo deshonesto y la corrupción, que urge levantar otra vez la conciencia ética de la sociedad y empujarla, orillarla, volcarla hacia una nueva plataforma, un nuevo futuro de moral ciudadana.
Aunque es un tema en que discrepan algunos autores, es innegable que el testimonio personal contribuye, como el hilo a un tejido, a construir los grandes y profusos tapices de la historia. Del mismo modo tenemos que volver a exaltar a los héroes y próceres civiles ~no sólo a los de acciones guerreras~ e impregnar al hondureño con el conocimiento de (y agradecimiento a) aquellos que dedicaron la existencia los demás. Cirilo Nelson es uno de esos héroes.