Columnistas

Un sastre

Pocos oficios tan demandantes: te queda bien el traje o disparejo, vale poco la charla del maestro cortador si el cliente se ve mal al espejo. En la literatura renacentista ––Lope de Vega–– la figura del amable artesano no siempre es elogiosa. En 1600, época de Cervantes, era usual en España el concepto de “zapateros y sastres, si no son embusteros no son sastres ni zapateros” pues las exageraciones y refranes del sartorio, como las de los peluqueros, eran de escaso confiar. Tras medir el cuerpo del cliente el sastre prometía un futuro y bello traje, o quizás un armonioso gabán, pero concluía pariendo falsedades, particularmente en la tela, donde más lucraba (lana de oveja en vez de fino casimir caprino, por ejemplo).

El conspicuo o prominente sastre de Honduras es JOH, advierten unos alarmados amigos. “Nos tomó la medida”, expresan, y calcula con más que un metro histórico de malicia y conspiración nuestro espacio de aguante político, y de estallido, sabe hasta dónde podemos llegar. Con mala inteligencia (un brillante aunque perverso modo de psicólogo social) le averiguó al pueblo resistente cuánto se dispone a llegar más allá de la palabra y cuánto hasta los miedos, la timidez y la contención. ¿Aumentan su número humano las marchas de indignados o tienden a bajar?, ausculta al termómetro político día a día. ¿Convocó la oposición (alianzas, agrupaciones, movimientos) al paro general o titubea sin decidir el instante de acción, fantaseando con el ejercicio orgásmico de la insurrección…?

El desvelado sastre estudia por cuánto tiempo más puede manejarnos, dividirnos, separarnos, hacernos incapaces de articular estrategias efectivas, y con lo que sabe planifica cómo volcarnos (incitarnos, seducirnos, anarquizarnos, ideologizarnos) con el gran tema distractor (en estas circunstancias banal y fatigante y que es una solución maricona a que acuden los pueblos cuando se sienten incapaces de rebelión y cuando son débiles para activar el principio ingenuo y puro de la revolución) y que es el afán electorero.

Le echa carbón, desde cada ángulo factible, a la lúdica afición del hondureño por saber quién gana a la lotería, al dado, la rayuela, la ruleta o el trompo cada cuatro años y se divierte adormeciendo tontos. Juanito conspira, sabio del mal: “que broten partidos minúsculos cual hongos y candidatos rotos y panzones, prospectos de corrupción” sentencia como mago. “El armónico traje de mentira que le vamos confeccionando a la hondureñidad le calza más que bien”.

Excepto que el sastre no sólo perfecciona vestidos para boda, dominicales y de graduación sino similares para la muerte. Visita al cadáver, disfruta de su cera dulce y tallándolo lo arropa para la eternidad, que es decir el no retorno social. Trajeándolo lo cubre y momifica, nada hay más allá, del mismo modo que el neoliberalismo hace con nosotros al sentenciarnos a ser esclavos por sécula a menos que nos volvamos tan maduros y activos, rebeldes, iconoclastas, anárquicos y dignos, que matemos cualquier plan, método o esquema de esclavitud.

Aunque esos son otros cien pesos que los pueblos devalúan o revalúan según su concepto de dignidad y disposición a morir batallando. Sin ese principio de fe el resto es sólo ficción de literatura.