“Tras la tempestad viene la calma”. No importa cómo se vea, todo el trajín que rodeó la selección del nuevo tribunal supremo por la asamblea legislativa ha dado paso a la aburrida normalidad del mar calmo y sereno.
En medio del temporal y las agitadas aguas, era difícil ver el horizonte y a qué puerto arribar; en tinieblas, carentes de cartas de navegación, esfera celeste despejada o la luz de un poderoso faro para bien orientarse, era comprensible que los agoreros presagiaran un naufragio apocalíptico para pasajeros y tripulación.
En casos así -nos referimos a circunstancias marítimas extremas- solo queda depositar la confianza en la porfía, habilidades e intuición de los navegantes a cargo del timón, es decir, en los capitanes y su primera línea de mando.
No es exagerado comparar las últimas semanas de la historia política nacional con las condiciones de un pilotaje náutico complejo. Conducirse como dirigentes y operadores políticos en un contexto diferente al de antes, lleno de certidumbres y costumbres heredadas, requiere -además de inteligencia- de mucha sagacidad: a la astucia y prudencia, deben sumarse serenidad, temple, creatividad y audacia para garantizar que se miden bien los obstáculos y que estos se pueden superar con presteza para lograr los objetivos de todas las partes, individual y colectivamente.
Los noticiarios, corrillos y rumores dejaron en claro quiénes perdieron los estribos y gritaron nerviosos cuando sintieron que la nao crujía y se tambaleaba. Quienes vociferaban dejaron en claro que, mientras los más afanados se ocupan de afirmar las jarcias y proteger el velamen de los aires que arreciaban, aquellos maldecían y renunciaban a llegar a destino.
Los cronistas de las jornadas también dieron cuenta de quiénes estaban dispuestos a faenar sin descanso, conscientes de que la vida se les iba en ello, aun cuando algún desesperado contramaestre amenazaba con hacer caminar por la plancha a quienes no quisieran sujetarse a su mando imaginario.
No había motín ni capitán Bligh a quien usurpar, mucho menos marinos a quien asustar con monstruos imaginarios de la Mar Océano. Solo había que abocarse a hacer bien una tarea que siempre se supo no sería fácil.
“Después del trueno, ¡Jesús, María!”. In extremis -como gusta a los legisladores-, la nave llegó a puerto, con mástiles, velas y todo el maderamen intacto. Con malestares en parte de la tripulación y con el mando sometido a prueba.
Pasajeros y carga arribaron también, ambos zarandeados y apenas con leve retraso, pero con el tiempo justo para que no se perdiera la ganancia.
Con el barco anclado y listo para navegar de nuevo, la tranquilidad de las aguas puede hacer que se olviden los pormenores y exabruptos del último viaje. Es buena hora pues para reflexionar y sacar lecciones de lo aprendido, especialmente la tripulación y el mando.
Cuando se anuncia una temporada de tormentas en lontananza, solo esperamos que ningún capitán decida hundirse con el barco y, si lo hace, que lo haga en solitario.