En las marchas populares, particularmente tras el golpe de Estado en junio de 2009, diversidad de pancartas exhibían el lema título de este artículo, y no faltó quien preguntara de dónde esa relación. Pues el prócer vivió hace doscientos años y las circunstancias todas ––sociales en resumen global, para no tener que enumerarlas–– eran radicalmente distintas… Adicional a que el héroe, argumentan, no tuvo que ver con los poderes de hoy y menos enfrentar la complejidad de los medios masivos de comunicación que existen al presente. Luce razonable, ¿o no…?
Los cálculos sobre el analfabetismo dominante en la Centro América de las décadas 1820 y 1830 son horrorosos: como no había censos, o muy raros, y apenas si nacía la ciencia estadística que pregonaba Cecilio del Valle, alrededor de 89% de la población carecía de la habilidad para leer y escribir. Peor, esa característica negaba a las personas la ciudadanía, ya que según Marvin Barahona en “Honduras. El Estado fragmentado (1839-1876)”, mujeres, indígenas, analfabetas y pobres quedaban, según tales reglas, excluidos de participar en la construcción de su propio Estado. En la actualidad en vez de reducirse, la cifra de 14 o 16% de analfabetos reales (siendo el departamento nativo del presidente el caso más grave) asciende otra vez por causa de pobreza, desinterés estatal y la pandemia, a lo que se suma los analfabetos funcionales, o sea aquellos que habiendo aprendido a manejar la letra jamás volvieron a leer nada, siquiera el periódico.
Con excepción de la clase dominante, hacendados, jerarquía eclesiástica y funcionarios del reino, la pobreza era ayer bestial, situación que perduró hasta quizás 1890, cuando la labor política de la Reforma Liberal modificó un décimo el triste cuadro. Peor, tras la colonia la iglesia siguió explotando a los pueblos originarios y a las clases sociales básicas nacidas tras la escogencia federalista. La discriminación por vía del racismo y la superstición ayudaron a convertir al centroamericano en un inmenso grupo social alienado e incluso, como entre las tropas fanáticas de Carrera y los ultraconservadores, enajenado.
Si se extemporiza y equivale los datos, en 2020 el cuadro es comparativamente igual: masas enormes se anclan al pensamiento mágico, con esperanza de que una fuerza exterior gobierne su vida y defina su salvación espiritual, que es decir cultural. Aparte del medioevo nunca la biografía humana vio tanta estupidez asimilada y aceptada por millares de millones de individuos, quienes que en vez de construir su presente rezan por un futuro que jamás autenticarán si es verdad. Creer en dios no es problema; someterte al que te venden sí.
Y de ese modo, entre abundantes otros, se verifica que la circunstancia en que el modelo ético que fue Morazán se desempeñó no es tan diferente de la inmediata. Los vicios estatales (autoritarismo, corrupción, ineficiencia e incluso mediocridad) son los mismos, reclamándose que a esta altura la sociedad debería encontrarse en su más alta posición de desarrollo, pues abundan los medios con qué lograrla. La falla es del hombre.
Lo que confirma que si a 178 años Morazán todavía vive en el pensamiento regional es porque la nación centroamericana lo necesita.