Columnistas

Morazán, Rivera, Wainwright: vidas paralelas

Los tres, hondureños históricos, perecieron ante el paredón de fusilamiento, el primero en San José (1842); el segundo, en Comayagua (1845), y el tercero, en Guatemala (1932).Francisco Morazán y Joaquín Rivera por intentar restaurar la unidad ya fragmentada de la República Federal de Centro América, enarbolando el pendón liberal, Juan Pablo Wainwright, por defender la causa proletaria bajo el estandarte socialista.

Tres ejemplos de lealtad a una causa que trascendió sus existencias, dispuestos al sacrificio y martirologio últimos, ofrendando vidas, bienes, destinos en el intento. A vencer o a morir, con valentía, honor, dignidad.

A Morazán le correspondió mantener y defender la recientemente alcanzada independencia de las conspiraciones y ataques internos y externos y, simultáneamente, preservar y apuntalar la unidad política-territorial en adversas circunstancias cuando fuerzas centrífugas tendían a destruirla.

A Rivera tocó su restauración luego de haber prevalecido el separatismo conservador aldeano, respaldado por el “divide y vencerás” de Gran Bretaña por medio de Chatfield, su diplomático acreditado en el istmo.

A Wainwright avanzar, en circunstancias por demás adversas ante la oposición de nuestros gobiernos, Washington y las multinacionales bananeras, la organización de los de abajo, sin voz y sin poder.

La grandeza de Morazán caracterizó su vida y muerte, perdonando tanto a los vencidos en combate como a sus enemigos, a los que perdonó en su testamento, documento de trascendental importancia intemporal.

Rivera, derrotado y humillado por Ferrera, obligado a arrodillarse al momento de su ejecución, igualmente la afrontó con valentía y convicción de lo justo de la causa morazanista, tan fiel como Cabañas. Asume el reto desafiando al traidor Ferrera, convertido en implacable enemigo de Morazán.

Wainwright, demostrando su desprecio al dictador Ubico, convocándolo a la mazmorra para escupirle el rostro. Así se despedía de su vida que lo había llevado a distintas naciones, pero siempre conservando sus raíces y amor a Honduras y sus obreros.

“A Francisco Morazán... desde los círculos más oscurantistas se le rechazaba, simple y llanamente, descalificándolo de todo legitimidad, al endosarle desde el mundo de la superstición, el epíteto de ‘brujo’, con el objeto de cercenar la argumentación racional sobre la necesidad de transformar una sociedad postcolonial anclada en la ignorancia, el desmesurado poder de las cúpulas eclesiales sobre el Estado, la discriminación y la esterilidad de las fuerzas productivas” (Cálix R., J. Álvaro.

“Emancipación y cambio social: la acción colectiva de los movimientos sociales”, p. 28).Quien desee ahondar en la vida del prócer Rivera puede consultar la obra en dos tomos de Rómulo E. Durón: “Don Joaquín Rivera y su tiempo”. Respecto al activista y organizador obrero, el libro de Rina Villars, “Lealtad y rebeldía. La vida de Juan Pablo Wainwright”. Tanto Morazán como Rivera y Wainwright deber ser estudiados en el contexto de su época y circunstancias.