Quien escribe utiliza gafas para leer desde los seis años. No podría enumerar cuántas veces acudí al médico para esa revisión periódica, que verificaba si la graduación de los lentes debía mantenerse o aumentar.
Era un trabajo laborioso, con el oftalmólogo colocándome la armazón en forma de anteojos y probando una a una las lentillas intercambiables, hasta que el pequeño paciente pudiera distinguir las letras de distintos tamaños en el afiche colgado sobre la pared del consultorio.
Cuando la visita concluía, salíamos de ahí con o sin receta. Si había necesidad de cambiar de lentes, sabíamos de antemano que vendría junto al reto de acostumbrarnos poco a poco a un nuevo enfoque y visión. Los primeros días parecería que el suelo y algunas cosas estaban más lejos y un poco distorsionadas, pero esa sensación desaparecería una vez que nos acostumbrábamos.
Los lentes que habíamos desechado no se utilizarían más. Si los usábamos nuestra vista no sería buena pues tenían nulo efecto correctivo. Tener anteojos nuevos era doblemente satisfactorio: estrenábamos y leíamos mejor.
Hoy, seguimos utilizando anteojos. Ahora nos ayudan a hacer la parte más interesante del trabajo que venimos realizando desde hace algunos años: leer, interpretar y comentar datos variados sobre la realidad nacional. Datos de diversa índole, cuantitativos y cualitativos. Compararlos, escudriñar sus diferencias, apreciar sus tendencias, tratar de explicar sus variaciones, hacer ejercicios prospectivos. Con frecuencia llegan a nuestras manos encuestas de opinión pública.
En su mayoría son parte de estudios de investigación serios, propios o ajenos. Uno de mis mentores me enseñó que cuando diversos ejercicios arrojan resultados similares y consistentes en un mismo período, sus hallazgos pueden considerarse válidos.
Eso sí, las muestras, método y técnicas de recolección deben sujetarse a la rigurosidad científica de la disciplina estadística.
Últimamente, los medios de comunicación escritos y electrónicos han sido invadidos por “reportes” de encuestas que miden la popularidad del gobierno y sus ejecutorias. Algunos carecen de cartas de presentación o antecedentes conocidos, mientras otros gozan de prestigio por sus contundentes pronósticos previos.
Las primeras -sin ética ni método comprobable- son verdaderas herramientas de propaganda y promueven descaradamente conclusiones que elevan o denuestan la imagen de liderazgos. Eso sí: todas presumen de “veracidad”, “precisión” y “credibilidad”.
Hace unos meses visité nuevamente al “doctor de los ojos”. Como era de esperarse, por mi edad actual, me prescribió nuevos anteojos: con espejuelos para ver de lejos, trabajar en la computadora y para leer “letras pequeñas” (como las de la Biblia o las indicaciones de las medicinas).
Sin embargo, para leer encuestas como las mencionadas, quizás no sirvan ni sean necesarios.
Y es que lo que está a la vista no necesita anteojos. A menos que sean de colores o estén empañados sin remedio.