Columnistas

La relación médico, paciente y sociedad en tiempos de pandemia

La pandemia de Sars-CoV-2, la covid-19, desatada en explosión exponencial y sucesiva en 2020, generó en el ámbito de la atención médica, el mismo pánico que cundió por todo el planeta. Los médicos, apostados en la denominada “primera línea” tanto en los servicios de atención clínica, como los dedicados a la epidemiología y salud pública, se aprestaron a brindar los servicios, de manera inmediata y con auténtica entrega. Las medidas de protección fueron extremas, al grado que los equipos de protección personal utilizados en las unidades de cuidados críticos y emergencias, se generalizaron a las unidades de consulta ambulatoria, dando la imagen del médico similar a la de los técnicos expuestos a la radiactividad. disonante en los centros de salud y la misma calle. Incertidumbre total, miedo in extremis, suspicacia descontrolada y abultada, ansias por una cura inmediata o una mágica vacuna o biológico prodigioso. La confusión fue tal que los mismos epidemiólogos desaconsejaron la mascarilla en los primeros momentos del brote. Globalmente, la circulación masiva de falsa información, la infodemia, surgió sincrónicamente a la pandemia, cobrando vidas inocentes o tozudas. Asimismo, la desatinada campaña “antivacunas”, sigue agregando cifras de enfermar y morir en el ámbito planetario.

Pero la entrega de los médicos a la lucha por la vida, escaló a niveles de mortal sacrificio de muchos de nuestros devotos colegas, víctimas del mortal virus. Copadas las unidades críticas, salas covid, triajes, centros ambulatorios, los médicos confrontaron las diversas manifestaciones de la enfermedad en sus diferentes estadios, extendiendo los horarios de trabajo, utilizando la medicina de tecnología para guiar tratamientos y conductas, haciendo visitas domiciliares, en agitada respuesta, analizando comportamientos epidemiológicos, o aspectos conductuales en individuos y sociedad. Aunque no siempre las acciones fueron bien dirigidas y coordinadas, por decisiones desacertadas de construcción y conducción política y estratégica. Actuar con presteza y oportunidad fue el objetivo primario, aprovechando la disponibilidad de acceso en los diferentes centros de atención y en el “casa a casa” comunitario, apoyando las acciones de promoción y prevención, organizando la respuesta clínica y epidemiológica, capacitando a otros colegas y personal asociado, haciendo pesquisas científicas para recoger evidencia, apoyando con consejería y logística a organizaciones de servicios sociales. La búsqueda de opciones de tratamiento, en particular para la primera etapa de la infección, adaptadas a la realidad, fueron intensas y quedaron expresadas en el todavía controversial tratamiento ambulatorio de “maíz” y el hospitalario “catracho”. La combinación de ciencia y experiencia incitaron el ingenio clínico de médicos como infectólogos, intensivistas, epidemiólogos, neumólogos y otros, quienes, aunando esfuerzos y voluntades, lograron poner en perspectiva manejos innovadores de cuidado a lo largo del curso clínico y epidemiológico de la enfermedad.

En el escenario dramático de cuidados intensivos, la relación de los médicos tratantes con pacientes en franco compromiso de conciencia, se condujo generalmente con la aplicación de protocolos y guías de manejo crítico, y, apenas, algunas situaciones consultadas a la familia, que no podía acercarse ni siquiera al hospital; talvez los instrumentos de comunicación tecnológica mitigaron en parte, la desesperación, temor y frustración de todos los involucrados. Las salas de hospitalización de covid se convirtieron en corredores de la muerte a las que muy pocos accedían, los servicios fúnebres cobraron inusitada demanda y la carestía de una logística de insumos de prevención, diagnósticos y terapéuticos, sirvió de combustible para incrementar la mortandad y el daño. Penosas escenas de desesperados pacientes buscando un servicio hospitalario, muriendo de asfixia en los “toldos” improvisados del hospital, compartiendo el vital oxígeno de un mismo contenedor o, simplemente desfalleciendo ante la angustia de médicos, auxiliares y familiares. Dramáticos momentos, en buena medida ya superados por la disminución de la masa de susceptibles, sea por vacuna o por haber padecido la infección. Asimismo, por las altas tasas de vacunación, el mejor conocimiento del comportamiento del virus, incluyendo la vigilancia genómica, y el reforzamiento antigénico de vacunas; pero también, por el agotamiento social a las medidas de bioseguridad personal y comunitaria. Ese deseo enorme de volver a la “normalidad” que desde ya es “poscovidiana”, o sea, no será la misma, hay lecciones aprendidas, aunque otras ignoradas o subvaloradas, debe acompañarse del raciocinio propio del sentido común y la valoración contextual del riesgo.

La pandemia no ha terminado, de manera que debemos seguir protegiéndonos con las herramientas que contamos. En la esperanza de no tener más mutaciones virales y de que se vacune la vasta mayoría de la población, usando mascarillas y distanciamiento personal y social en los lugares que puedan constituir riesgo de transmisión, así como el oportuno lavado de manos, estaremos en condiciones de acabar con esta adversidad mundial. Es necesario mantener los sistemas de vigilancia viral, comportamiento de personas y comunidades, la logística y los servicios de atención eficientes y oportunos.

Desde la perspectiva médica, seguiremos atendiendo la epidemia, que quedará como una infección respiratoria aguda más, como las muchas otras también virales: influenza, parainfluenza, rinovirus, pneumovirus, otros coronavirus y otras más. Nuestro don de servicio seguirá en todos los frentes, con igual ahínco, solidaridad, calidez y calidad en el servicio para la población hondureña.