Si bien la identidad es un concepto muy antiguo, quizá tanto como el ser humano en sociedad, fue en el siglo XIX cuando ese espíritu de identidad nacional se exacerbó, al punto del delirio, producto todo del Romanticismo. Entendernos como fin último de la existencia del Estado nos dejó sin otra opción más que rendirle tributo sin condición.
Esa identidad en algunas ocasiones se traslada a regiones, provincias e incluso ciudades. En Honduras hay un caso particular. Olancho es, probablemente, el departamento o provincia de Honduras con una mayor raíz identitaria. Lo invito a realizar el siguiente ejercicio: piense en cuál es el gentilicio de los nacidos en Francisco Morazán o de los nacidos en el departamento de Cortés. Tomando en cuenta que son dos de los departamentos más importantes de Honduras, no los tiene tan a mano, ¿cierto? Pasa lo mismo con Atlántida, Colón, Gracias a Dios, Islas de la Bahía, Lempira, Valle. Los casos de Comayagua, La Paz, Santa Bárbara y Copán los tenemos más presentes porque hay alguna coincidencia entre los nombres de los departamentos con sus cabeceras. Pero no hay una ciudad que se llame Olancho, y sin embargo tenemos muy presente el gentilicio “olanchano”.
Y como fenómeno adyacente sucede que, de sus dos ciudades más importantes (Juticalpa y Catacamas), no tenemos tan a mano sus gentilicios, porque son opacados por la identidad departamental. Todos dicen directamente que son olanchanos. Llega incluso a opacar a las regiones de Honduras. Es común escuchar a personas decir que son del sur, decir que son de la costa norte o que son de occidente, pero rara vez que son de oriente. Por ahí está Gracias a Dios, que también es un caso digno de analizar con el pueblo miskitu.
Del departamento tenemos una clara identificación de sus actividades económicas, tenemos presente un fenotipo, tenemos presente un acento (aunque no homogéneo), una forma de vestir y hasta un carácter. Tegucigalpa y otras ciudades están repletas de negocios con nombres relacionados con Olancho. Y son famosos varios de sus productos: pan, rosquillas, lácteos, carnes, embutidos, entre otros.
Además, de que todo hondureño conoce el dato no menor de que está ubicado en un territorio más grande que El Salvador. Sin olvidar las canciones que hacen referencia -oh sorpresa- al departamento: «Viva Olancho, viva Olancho, tierra que sabe a cariño, tierra que huele a coyol». Incluso las personas que son descendientes de olanchanos, sin nacer en el departamento, son identificados como olanchanos. Tan así, como si se tratara de una nacionalidad. La olanchanidad funciona casi como una identidad nacional para los olanchanos, y me atrevería a decir que en algunas ocasiones está mucho más arraigada que la misma hondureñidad. Ha sido un proceso gestionado por la historia misma, más que por una política estatal o departamental.
Esa identidad en algunas ocasiones se traslada a regiones, provincias e incluso ciudades. En Honduras hay un caso particular. Olancho es, probablemente, el departamento o provincia de Honduras con una mayor raíz identitaria. Lo invito a realizar el siguiente ejercicio: piense en cuál es el gentilicio de los nacidos en Francisco Morazán o de los nacidos en el departamento de Cortés. Tomando en cuenta que son dos de los departamentos más importantes de Honduras, no los tiene tan a mano, ¿cierto? Pasa lo mismo con Atlántida, Colón, Gracias a Dios, Islas de la Bahía, Lempira, Valle. Los casos de Comayagua, La Paz, Santa Bárbara y Copán los tenemos más presentes porque hay alguna coincidencia entre los nombres de los departamentos con sus cabeceras. Pero no hay una ciudad que se llame Olancho, y sin embargo tenemos muy presente el gentilicio “olanchano”.
Y como fenómeno adyacente sucede que, de sus dos ciudades más importantes (Juticalpa y Catacamas), no tenemos tan a mano sus gentilicios, porque son opacados por la identidad departamental. Todos dicen directamente que son olanchanos. Llega incluso a opacar a las regiones de Honduras. Es común escuchar a personas decir que son del sur, decir que son de la costa norte o que son de occidente, pero rara vez que son de oriente. Por ahí está Gracias a Dios, que también es un caso digno de analizar con el pueblo miskitu.
Del departamento tenemos una clara identificación de sus actividades económicas, tenemos presente un fenotipo, tenemos presente un acento (aunque no homogéneo), una forma de vestir y hasta un carácter. Tegucigalpa y otras ciudades están repletas de negocios con nombres relacionados con Olancho. Y son famosos varios de sus productos: pan, rosquillas, lácteos, carnes, embutidos, entre otros.
Además, de que todo hondureño conoce el dato no menor de que está ubicado en un territorio más grande que El Salvador. Sin olvidar las canciones que hacen referencia -oh sorpresa- al departamento: «Viva Olancho, viva Olancho, tierra que sabe a cariño, tierra que huele a coyol». Incluso las personas que son descendientes de olanchanos, sin nacer en el departamento, son identificados como olanchanos. Tan así, como si se tratara de una nacionalidad. La olanchanidad funciona casi como una identidad nacional para los olanchanos, y me atrevería a decir que en algunas ocasiones está mucho más arraigada que la misma hondureñidad. Ha sido un proceso gestionado por la historia misma, más que por una política estatal o departamental.
Quizá sea imposible que ese tipo de arraigo se replique en los demás departamentos, pero sí sería notable, y hasta positivo, que hubiera sentimientos de identidad tan auténticos y marcados como los que han ocupado hoy esta página. A nuestra Tegucigalpa, por ejemplo, le hace falta una buena dosis, aunque ese hecho se analizará en otro momento. Por hoy me quedo contento con un proceso, como ya dije, tan auténtico.