Columnistas

Puede resultar ininteligible el que Jesucristo es el Salvador, quien resucitó para nuestra justificación (Rom. 4:25). Que al morir Él por nuestros pecados, nos da la oportunidad de tener una relación con Dios.

Siendo Él mismo Dios. Y lo que ello implica, gozo y paz. A cristianos, católicos y evangélicos les cuesta entender, a otros les resulta incomprensible e inaceptable. Mucha metafísica, pensarán.

Muchos saben que la misericordia de Dios se solaza en la ignorancia y debilidad de quienes le buscan. Verdad accesible para cualquiera que decida aceptarla. Porque en el sube y baja axiológico que distrae a nuestra sociedad, la verdad puede terminar siendo la que cada quien quiera creer.

La cercanía de alguien puede dar fe de la honestidad de un amigo, pero si en un micrófono mal pagado se afirma en contrario, hasta ahí llegó. Hipocresía, intriga, hasta la amistad se torna volátil en estos tiempos.

Quién no ha escuchado el dicho popular “come santos, escupe diablos” o la versión prosaica del mismo: pumpuneadores de pecho, negando desde la salida de la Iglesia lo que acaban de dar por confesado en su interior.Pero qué importa. Ese es un problema muy personal de ellos.

Como una situación muy particular de cada quien es su relación con Dios. En todas las iglesias, como en cualquier otro lugar, habrá lo mismo: conflictos, falsedades, oportunistas tratando de validarse ante buenos sacerdotes o pastores. Porque en otro lado no han podido ser “alguien”.

¿Qué importa? La espiritualidad de cada quien no está a merced del capricho de otros, depende de uno mismo. Quien se acerca a la Iglesia, recibirá algo positivo que puede regenerarle en su interior. Hay que bienvenirlos.

Sin cuestionamientos. Allá ellos. Lo que sí importa es la determinación por la mejora continua en la relación con Dios, a reflejarse con los demás. Es lo trazado: Volver a empezar con la resurrección de Cristo, fundamento de nuestra fe. Renovados en el interior y en el compromiso con una Honduras justa

Tags:
|